“Guíame, márcame y marca con tus ojos los navíos y las almas.
Sólo quítame, quítame las penas con tus labios que me queman.”
L. A. Spinetta
La perra musa no aparece. No está presente esta noche, se ha ausentado disque por falta de sueño.
El insomnio le carcome las sienes, le ha dejado los párpados caídos y los muslos hechos trizas.
Me ha dicho que quiere un descanso, tomar unas vacaciones y huir en autobús hacia las nubes o hasta el sitio más lejano al que este tenga acceso.
La dejo un rato a solas mientras callo con mirada ausente presionando en silencio. Necesita oír un sí o un hasta pronto, pero me ha dejado triste y re triste.
¿Qué podría hacer para evitar su terco vicio?
Decirle, quizá, no sé, que mi pluma se ha quedado sin tinta, o que el lenguaje gíglico aquel no pudo haberse escrito sin ella.
Tal vez podría intentar con algo vulgar como inhalar mi exhalo o recurrir al beso prenupcial y amagar el alma de alguien más.
Ella sabe lo que yo sé de ciencia, y no se explica el porqué de mi desespero, de mi burda imitación y del absurdo apego a su esencia.
Le he dejado dos mensajes, un par de llamadas y un sinfín de eventos que concluyen en mi ridícula manera de sobrellevar esta vida sin ella.
Pero aún así se rehúsa como si quisiera, de veras, verme a sus pies.
Como si esta cara larga, jodida y tendida es por el simple gusto de quedar por las mañanas, prendada a ella.
Se ha burlado en mi cara tantas veces. La he tenido y la he dejado ir, no sé si por desidia o porque soy realmente un haragán que satisface el capricho de tenerla sólo en vela.
Fotografía por Paco Poyato
Me gusta escribir sobre las cosas que veo y siento en el momento preciso.