Sentir a voz alta

Si te llevara a las estrellas, no sabría conformar el camino del te quiero usando la palabra cotidiana. Tendría que recurrir a cimentarme escalas para ir, paso a paso, sobre letras sensibles de la poesía y esperar que, solo así, te pueda encontrar lo que realmente hay aquí dentro.

Me detendría por las noches para formular el espacio certero y sincero, y pensar en el brillo tan intenso que desprende tu breve, pero persistente presencia. Pondría mis manos frente a ti y te pediría tomar el polvo que quede cuando esta vida se nos vaya, porque de esta vida que nos mata, mañana no habrá ya nada.

Me exalté.

Si me bajaras la luna, no sabría qué hacer con ella, porque tantos rayos desprenden su luz que me viciaría con su destello y sentiría culpa por privar a los demás de su brillo. Pero, aun así, la guardaría entre cuatro paredes de mi habitación; cubriría las ventanas con papeles oscuros para que nadie se enterara de que solo la tengo yo.

Un poco egoísta sería.

Si nos recostáramos en una nube, no me querría levantar. Solo… no hay explicación. Te admiraría con devoción.

Y con alguien en mente, seguramente, de este cuerpo le hablo al cielo,
porque si me quedara en este espacio del suelo,
no sabría qué es aquello a lo que me falta por llegar,
algo que me falta por encontrar,
recordar todo aquello que tuve que soltar
para poder hoy estar acá.

Porque si en la tierra me quedara,
el cansancio se comería mi piel y mis huesos,
mi mente se perdería
y mi alma no encontraría salida.

Por eso decido alzar la mirada
y encontrarme entre lo que, aunque incierto,
aquí dentro se siente en voz alta.