Recortes de una noche de frenesí

Llegamos a la feria con unas cuantas copas de whisky por encima. Hay luces parpadeantes por todas partes y mucho ruido, los niños no parar de aullar del furor que les causan los juegos mecánicos.
Subimos a la montaña rusa, Sal casi vomita en una de las vueltas, pero aguanta lo suficiente para hacerlo bajando del juego en el bote de basura más cercano, que resulta ser el que está justo al lado del puesto de caramelos, las madres alejan a sus hijos asqueadas por la escena, nosotros no podemos parar de reír.
Después de eso prometemos no volver a subir a ningún juego que involucre vueltas. Louis llega con una botella de licor que acaba de robar, es ruso, 34% en grados de alcohol se lee en la etiqueta, nos promete una borrachera colosal. La bebemos a shots y en menos de una hora nos tiene tirados en el suelo de un baldío al costado de la feria. Rob pone música desde su celular y como si fuera un brebaje mágico nos levanta y comenzamos a bailar sobre el suelo terroso y desnivelado. Paul llega casi sudando, lleva cargando un oso de peluche que ha ganado en el “tiro al blanco”, se queja maldiciendo el hecho de que ha estado buscándonos por toda la feria durante la última media hora. Pero tan pronto lo invitamos a bailar, se relaja y se une al grupo.
Caigo rendida, me siento en la banqueta y observo a mis amigos corriendo, dando piruetas, sus rostros alegres, despreocupados, sus cuerpos sueltos y tambaleantes, me preguntó cuál ha sido la afortunada serie de eventos y coincidencias que nos unieron y agradezco al universo por habernos traído al mismo lugar, al mismo tiempo.
De pronto la noche se torna día y caminamos a casa con los pantalones rotos, uno que otro arete perdido, el maquillaje desvanecido, la botella a casi terminar y otra gloriosa historia para contar.

Fotografía: Stefano Majno