Recaí, no esperaba una experiencia así con un tipo como él, lo nombre mi chico ideal; cuatro años más grande que yo, sabía de todo, pero le temía a enredarse en la sociedad, salir a fiestas, convivir con familia, amigos; él era sus libros, departamento y su soledad. Sumergido en su universo, tenía tiempo para vernos. Después de un tiempo, rechacé verlo, quería ser alguien más para él. Estuve tratando de encontrarme (y eso va a tardar toda mi vida) como sea, de ser alguien más interesante, y yo sola me di cuenta que cometía un error. Regresé y cedió, pero no me contó hasta tener un encuentro sexual que estaba con otra persona. No sabía cómo sentirme, yacía desnuda y rota. Partí.
Partí con el corazón roto, sola, en el transporte público, un domingo casi once de la noche, llorando, arrepentida por no verlo antes, queriendo ser ella y sentir su amor de él, quería llegar a casa pero no así. Dentro de ese trance, recibí un mensaje de una persona que consideré mi mejor amiga; sentí que mi dolor tomaba el control y mis lágrimas eran el antídoto para no perder la cabeza. Entre lágrimas pude leer ese mensaje tan vació y a la vez lleno de tanto desprecio… latidos desgarrados que me desgastaron en segundos. Dos personas dejándome en la deriva.
Después de tanto, una aventura degolladora en el transporte público, llegué a casa y mientras caminaba hacia ella, pude ver la sonrisa de mi hermano, que me volvió a la vida. Era una noche de verano con un sabor de té amargo.
Fotografía por Patricia Ruiz del Portal