Esta no es una declaración mediada por el odio, tampoco es un reproche al género masculino, ni una carta de alguien que le gusta adoptar el papel de víctima. Estas palabras surgen de mis entrañas, de lo más profundo de mi ser, de abajo, de la tierra y de mi útero, donde reposan todos los secretos de la naturaleza, de la vida y como consecuencia, la muerte.
Cada vez que logro sentir mi útero verdaderamente, me inundan las lágrimas. Creo que todas en algún momento hemos experimentado un gran dolor. Una sensación que lleva años y años cocinándose, que se nos escapa en la mirada, en las palabras, y en los silencios…He intentado rastrear su origen y creo que nos sobrepasa, pues lo llevan tatuado en el alma bastantes generaciones.
Nos hicieron creer que somos “buenas” por vivir una vida envuelta en sacrificios, en pensar en todo primero antes que en nosotras mismas, nuestros verdaderos deseos, bienestar y placer. Nos hicieron creer que la bondad, la maternidad, la sumisión, el sacrificio y la servicialidad, son auténticas cualidades de una “buena” mujer, una mujer digna y respetable… No sé en qué momento nos creímos las mentiras que nos sirvieron en bandeja de plata. No sé en qué momento cada una de nosotras, desde sus matices y experiencia de vida, comenzó a sentir que no era suficiente. Que no era “buena” madre, hija, compañera, pareja, amiga, profesional, etc.
Y así, fue cómo nos condenaron a la radical separación de los opuestos, a la culpa y el miedo. Así fue cómo condicionaron nuestra sexualidad, la expresión más pura de la creatividad. Nos desconectamos tanto de nuestro cuerpo, nuestro útero, el tándem perfecto, que solo lo sentimos cada 28 o 30 días al mes, generalmente con dolor. Aprendimos a desprender y a recibir la vida desde el dolor y el sacrificio, desde el apaciguamiento de nuestra intuición y nuestros sentidos.
Pero la verdad es que, la culpa y los miedos limitan el movimiento y la expansión, pues no permiten que entre el aire a nuestra vida. Sin embargo, creo que este es un buen momento para que todas las mujeres rompamos las cadenas que nos atan y nos condicionan a no ser verdaderamente nosotras mismas. Un buen momento para transitar todas las etapas de nuestra existencia desde el placer, el amor y el agradecimiento; con toda la libertad, el ruido, el descaro, la ternura, la digna rabia y todos los matices que habitamos y nos habitan. Está emergiendo un grito desde el centro de la tierra. Es tiempo de libertad, desde lo más íntimo, lo más profundo y enraizado en todas nosotras.
Fotografía por Patricia Ruiz del Portal

Colecciono hojas, eucaliptos, flores y palabras.