¿Cómo nació la idea de Pantano?
Creo que como cualquier libro, fueron una serie de situaciones que se acumularon a lo largo de los años hasta que la escritura se volvió casi inevitable. Tenía cartas que le escribí a mi madre sobre las impresiones que me causaba lo que iba viviendo mientras estudiaba en una preparatoria pública en Texas. En esa época, ver el documental de Michael Moore, Bowling for Columbine, me hizo consciente de lo que significa habitar en un estado con una fuerte cultura de armas. En Pantano quería mantener ese sentimiento preparatoriano a ras del suelo de lo que incomoda y asusta estando en ese territorio. Entonces escribí este ensayo o novela de no ficción que tiene como punto de partida el primer tiroteo dirigido a población latina que ocurrió en la ciudad de El Paso en 2019. Regreso a esas primeras sensaciones de la juventud mientras vuelvo a vivir a la ciudad de Houston, pero ahora para hacer el doctorado durante la primera administración de Donald Trump que ha exaltado esos sentimiento de supremacismo blanco que habían estado latentes pero no tan al descubierto como ahora. 

¿Qué descubriste en el proceso de escribirlo que no imaginabas al inicio?
Es un libro con una serie de entrevistas, entre ellas, a una sobreviviente del tiroteo en El Paso y a otros personajes que permiten reflexionar sobre el racismo y la blanquitud en Estados Unidos. Al inicio tenía la idea de asistir a reuniones de algún think tank supremacista y hacer entrevistas. Ya tenía ubicados a algunos que se reunían en Texas, pero con la pandemia se cancelaron todas las reuniones y esa parte del proyecto se complicó. Pero es verdad lo que dicen de que las historias llegan a nosotras; solo hay que estar receptivas: resultó que mi vecino había estado en la cárcel acusado de vandalismo como miembro de una banda neonazi. Me sorprendió que era el vecino más amable y atento del mundo y la forma instintiva en que descubrí sus antecedentes, pero todavía más la apertura con la que pudimos platicar al respecto cuando le pedí una entrevista. Me comentó que se había visto envuelto en esa banda por crecer en un barrio marginal donde pertenecer a alguna banda es la única forma de sobrevivir. También ya después de la publicación me di cuenta que algunos tendemos a ser más empáticos con las personas lejanas que con las cercanas. 

¿Qué partes tuvieron que quedarse fuera para que el libro quedara como está?
El proceso de escritura implicó mucho borrar, reescribir, eliminar, recuperar, reordenar, sobreescribir y luego mucho, mucho borrar. A veces hay que dejarse ir un poco para entender qué se quiere decir o en qué tono o qué forma toma el libro en su conjunto. Uno de los capítulos que no pude incluir fue la historia de David Ritcheson, un joven que fue víctima de un crimen de odio y que después de lograr cambios en la legislación en ese tema hablando de su historia, terminó suicidándose. Me conmovió y me asustó mucho todo lo que le pasó. Fui a conocer su preparatoria y luego su tumba y quería hacer una especie de reescritura del famoso poema de Richard Wright “Between the World and Me“. Pero al final la forma era muy distinta al resto de los capítulos y no logré que encajara, pero esa historia me llevó a un hoyo de conejo de todos los crímenes de odio que han habido en Estados Unidos. 

¿Qué conversaciones, lecturas, imágenes o sonidos se cruzaron en la escritura de este libro?
Durante mis estancias en Houston, que en el libro le llamo el Humedal, tuve la fortuna de convivir con mi abuelo que era una fuente inagotable de lecturas y conversaciones tanto de literatura como de política. Durante la escritura del libro fueron fundamentales las conversaciones con mi padre, con mis hermanos, con las diferentes personas que entrevisté y con lxs compañerxs de los distintos talleres literarios que fui tomando. En realidad es un libro de conversaciones a veces fluidas, a veces  imposibles que también dice algo del espíritu de los tiempos. Es un libro de otras lecturas que lo atraviesan y que buscan continuar la conversaciones con lxs lectorxs. Es muy visual, la mayoría de los pasajes son crónicas de recorridos en carretera o en espacios íntimos o en espacios políticos trastocados como en una fiesta en el río Bravo. Los sonidos son los de las cigarras, los pájaros que abundan en esta región, los sonidos monótonos del highway, pero también la música country o de personajes como Kendrick Lamar.

¿Hay una emoción o pregunta que lo atraviesa de principio a fin?
Creo que hasta después descubrí que lo atraviesa un enojo o indignación profunda de que representa a Estados Unidos y de lo que sus políticas internas y externas le hace a las personas. 

¿Hubo un momento en que sentiste que el libro cambio de rumbo?
Pues sentí con frecuencia que se me iba a descarrilar, pero en retrospectiva me da gusto haberlo dejado ser y que encontrara la forma que tiene. Y decidí amarlo como es.

¿Cómo cambió tu manera de leer o de mirar después de terminarlo?
Creo que el proceso de escritura me llevó a una comprensión más amplia de los alcances de la no ficción y de mi propio proyecto literario a largo plazo. El libro plantea una reflexión sobre la fascinación que causa el true crime en el cine y las series de televisión, pero que también ha sido fundacional de la no ficción gringa desde Truman Capote y en la tradición latinoamericana con Rodolfo Walsh. Mi exploración en Pantano tiene que ver con que tanto la violencia estructural como los crímenes específicos se imprimen en los espacios y van modificando los comportamientos de las personas y sus formas de interactuar entre ellos. 

¿Qué autorx te inspiran últimamente y qué encuentras en su forma de escribir?
Últimamente me inspiran Maggie Nelson, Anna Starobinets y Annie Ernaux (desde hace varios años también Paul Preciado y Virginie Despentes) porque estoy pensando sobre el performance de la intimidad. Una especie de vulnerabilidad situada que hace un comentario político sobre problemas estructurales, ser incómoda, pero no desde la impostura sino desde lo sensible

¿Cuál es tu restaurante favorito y qué nos recomiendas pedir?
Me encantan las fonditas. Para desayunar, huevos divorciados o chilaquiles. 

Retrato por Manuel Ceronte