Tu cuerpo ya decaído sobre tu cama descansa.
Descansa del día pasado, del día en que lloraste, reíste,
Saltaste y besaste.
Tu cuerpo ya cae sobre la cama, como rocas río abajo.
Los pequeños minutos del día pasan por tus ojos,
Rebozándose de gran vitalidad, recorren tus horas de madrugada,
Como la luz del sol, resplandeciente en la mañana
De una nueva vida por vivir.
Te sientes muerto, dormir parece similar a ello: hoy buscaste
Para perderte de nuevo, y tus logros se quedan en el ayer,
Se quedan en lo que fue, fluyen. Fluyen como el río
En que Heráclito vio lo efímero.
Tus metas alcanzadas se anotan en tu mente, y tu alma
Quiere sentirse parte de ellas o ¿no es así?
¿Hiciste lo que tu alma te pidió?
Vas a la cama buscando el descanso, pidiendo que el sol salga
Y lo intentes de nuevo. El ayer se quedó al pasar el segundero
A las doce.
Tu dicha recae como tu cabeza sobre tu almohada,
Ya nada puedes hacer si te quedaste ayer, de ayer no puedes rescatar nada,
Tu voluntad persigue lo que ve hoy, no mañana ni ayer.
Tu cama es tu dios.
En ella te postras, como si te arrodillaras.
¿Estás listo para el mensaje?
Él aparecerá en lo que tu alma decida ver.
De tus sueños, una imagen se quedará guardada en ti.
Pareciera que ella durará más que la muerte.
Y sin embargo, se te olvidará.
Se te olvidará como se te olvida vivir.
Aún estás a tiempo para descansar, y que las sabanas
No sólo te cobijen, sino de ellas y su calor, entiendas los abrazos.
El tiempo que ves pasar en tu reloj es sinónimo de lo que te
Falta por vivir: corre a lo más alto y de ella, desplómate.
Dibuja la parte que quieras y usa los colores del cielo.
Irradia con ellos como el sol lo hace.
Distingue y busca las metas.
Dibújate y mírate: ¿eres el niño que le tenía miedo a la noche?
Tu miedo se encarna en lo desconocido,
Descubre y conoce, desde el lugar donde duermes, hasta el universo.
Fotografía: Cristina Rizzi Guelfi
Nunca aprendí a bordar, jamás me alcanzó el talento para tocar el piano, no imaginé siquiera la manera de liarme con la ingeniería, no sabría administrar una empresa, ni obedecer a mi partido o a mi jefe, no se me ocurre cómo salvar la ecología y sé de medicina lo que mi ansia de médico me ha enseñado a leer el vendemécum. No he podido jamás memorizar dos renglones de una ley, no sabría llevar las cuentas de una tienda, ni soy capaz de vender un paraguas en mitad de un aguacero. No me quejo de todas mis carencias, escribir es un oficio que enmienda casi cualquier mal.
[Me siento sumamente identificado con este pequeño párrafo del ensayo “Sabor a novela” de Ángeles Mastretta]