El beso: dos cuerpos se juntan.
Desplegados en el tiempo, parecen ser dos corrientes,
dispuestos a nunca parar hasta llegar al mar.
El beso: de los delicados labios que son alfombras
de la tela más fina y suave, se convierten en la tela
del confortable abrigo.
El beso: las pieles tan cerca que se quieren a sí mismas,
las pieles que cubren la palabra amor.
El beso: de vino sutil hecho para deleite del paladar
que aqueja los más mínimos botones de la tristeza.
El beso: sólo las calles lo presencian; sólo los postes de alumbrado
juegan a ser la luz del escenario y mostrar a la luna,
los mejores que actúan no son los personajes,
sino los cuerpos.
El beso: tan profundo que el abismo se vuelve indiferente,
le provoca envidia que su propósito se vea opacado por
los amantes.
El beso: cualquier rincón se vuelve la parte más grande del universo.
Las dichas son para los que ven en el beso, más que una unión, sino
un acto de amor eterno.
La noche, oh la noche, es lo que incita, lo que vierte sobre las almas
el deseo por la otra.
¡Oh noche, luz de los amantes!
El beso: el tiempo no se detiene; parece, al contrario, que se conoce lo eterno.
En el beso, el tiempo aparece como el para siempre,
y nos volvemos a nosotros mismos para mirar el acto de fe suicida.
Fotografía: Cristina Rizzi Guelfi
Nunca aprendí a bordar, jamás me alcanzó el talento para tocar el piano, no imaginé siquiera la manera de liarme con la ingeniería, no sabría administrar una empresa, ni obedecer a mi partido o a mi jefe, no se me ocurre cómo salvar la ecología y sé de medicina lo que mi ansia de médico me ha enseñado a leer el vendemécum. No he podido jamás memorizar dos renglones de una ley, no sabría llevar las cuentas de una tienda, ni soy capaz de vender un paraguas en mitad de un aguacero. No me quejo de todas mis carencias, escribir es un oficio que enmienda casi cualquier mal.
[Me siento sumamente identificado con este pequeño párrafo del ensayo “Sabor a novela” de Ángeles Mastretta]