Entre las maneras de hablar, el grito y susurro, pueden describir la noción del espacio en que habitamos. Dichosos los que no se encuentran en el cuarto rojo, en la estela de luz que sólo ve una tonalidad; parecida a una rosa de amor, parecida a la sangre derramada, parecida a toda aquella interacción en la que la violencia humana desencadena sin fin ni descuido.
La sala está llena, sólo tres mujeres de blanco resaltan la habitación, una hallada en la línea hasta donde tiene alcance la vida. Postrada en la cama del descanso eterno grita y gime como un recién nacido, sólo, paradójico, se encuentra en sus últimas exhalaciones. El malestar hace gastar sus últimas formas de comunicarse con las de su propia sangre, con las que compartió un ser que, según le dijeron, debe de dar amor; no es así, este ser sólo tocará sus mejillas para descargar el pesar de su alma. Ellas no pueden solas, la sirvienta brindará la comunión de vuelta a la vida a la que le queda poco tiempo, mientras que las dos se besan: sólo el cuerpo siente el roce de sus labios; el alma de las dos será de odio, de repugnancia, de locura y de deseo. Sólo ellas gritan, escuchan voces que quien sabe qué dicen, pero que las está dejando al borde de la locura, las está apartando lejos de sí, como el tamaño de la mansión puede tener. En los recuerdos hallan todo, pero son subjetivos, no podemos penetrar en el umbral de su mundo onírico. Sólo lo que está destinado a ser de ellas será alejarse, tanto entre sí, tanto de este mundo con el más allá.
Allá se dirige una de ellas, pero no permitirá que sus hermanas la tiren al olvido. No quiere que se pasen la vida sin recordar que tuvieron una hermana que pasó a algún otro lugar. En la última noche quiso corroborar la personalidad de sus allegadas: una será hostil y cruel, denigrándola poco a poco a que se olvide de ella; otra será lo suficientemente débil y cariñosa, que su ingenuidad será motivo de un minúsculo beso de un muerto. Finalmente la comunión de intermediaria entre la hermana muerta y las vivas será lo que llevará a la sirvienta a crear un lazo inquebrantable, como mensajera, entre el mundo de los vivos y el mundo de los muerto. Su trabajo será más que desgastante pues comunicar palabras que le competen a un muerto no es fácil.
Sólo el diario reconstruirá lo que ella fue cuando estaba sana, y la sirvienta tendrá un derecho que a pocos se le otorga, todo ello mientras afuera hay un bosque que pide ser sendero de los ojos de las mujeres y pide el disfrute que sólo tres hermanas felices pueden dar.
Este escrito es más bien una narración de la película Gritos y susurros de Ingmar Bergman. Impresionado quedé por ella, como ver mi alma acercarse a la muerte.
Fotografía por TolikTolik TolikTolik
Nunca aprendí a bordar, jamás me alcanzó el talento para tocar el piano, no imaginé siquiera la manera de liarme con la ingeniería, no sabría administrar una empresa, ni obedecer a mi partido o a mi jefe, no se me ocurre cómo salvar la ecología y sé de medicina lo que mi ansia de médico me ha enseñado a leer el vendemécum. No he podido jamás memorizar dos renglones de una ley, no sabría llevar las cuentas de una tienda, ni soy capaz de vender un paraguas en mitad de un aguacero. No me quejo de todas mis carencias, escribir es un oficio que enmienda casi cualquier mal.
[Me siento sumamente identificado con este pequeño párrafo del ensayo “Sabor a novela” de Ángeles Mastretta]