Moldes impares

Después de incontables noches de compartir mis penas de amor con la almohada, después de ver como ellos seguían sus vidas sin un solo rastro de nostalgia, después de sentir cómo dejaba ir un pedazo de mí con cada partida, después de comprobar que puedo seguir resistiendo otra despedida. Después de tanto, me di cuenta que mi destino era llegar a donde estoy. Llegar así, sola. Disfrutar del camino, detenerme en los tramos que parecían interminables, maldecir al presente, descubrir que el futuro me tenía guardada una sonrisa.
El destino siempre supo acomodar las piezas, siempre supo que el compañero equivocado solo me restaría algo de impulso para llegar a donde debía aterrizar.

Quizá formo parte del club de las almas que nacieron sin par, que nacieron para aprender a convivir con su silencio. Quizá mi aliento no está aquí para compartirse con alguien. A veces me gusta pensar que mi aliento llegó a este mundo para ser el soplo que sea el comienzo de algo mucho más grande.

Tal vez soy un alma libre, una que se aburre pronto de la compañía; porque en el fondo sabe que en realidad el molde al que pertenece nunca tuvo espacio para un pasajero extra.