La primera vez que uno hurga en un cuerpo que no es el suyo, uno se reconoce, se sabe aquí, lleno de sabiduría, con el enigma del universo resuelto y no importa de donde venga uno y no importa ya hacia donde uno pensaba ir, simplemente se está. Se te olvida la vida, la nacionalidad, las deudas, los complejos, la devaluación, la crisis mundial y la guerra, porque siempre hay guerra. Uno sólo está, y se dedica a contemplar y saberse feliz, completamente ignorante y feliz, porque para ser feliz hay que ser ignorante y para ser ignorante uno tiene que olvidar lo aprendido, aunque sea a propósito. Uno olvida los problemas, ya no tienen importancia, también olvida los dolores pasados y los que pudieran estar por venir, olvida las tristezas, los momentos solos y desquiciados, olvida la inmundicia del mundo y ese hurgar nos lleva a que todo valga la pena por un instante. Es por eso que aquí andamos, aguantándolo todo, padeciéndolo todo, el hambre, el frío, el brazo solo, la llaga abierta, la insensatez humana y la estupidez sobrehumana. Aguantamos todo con la encomienda de reencontrarnos en algún cuerpo, por un momento; y por sólo un momento es que explotamos aunque bien sepamos que tardaremos años en reconstruirnos para seguir cargando ese lastre que es nuestro sino.
Y es así que marcha la vida desde el principio de los días, desde que el hombre es hombre y el mundo mundo y el tiempo tiempo. Es así desde que existieron unos alguienes con memoria que lo recuerdan todo.
El tiempo en forma de siglos nos atiborra de pesares y desde ese entonces todo se resume a un instante. El universo mismo se resume a un instante.
Tanto siglo y tanta memoria para que uno sea capaz de querer olvidarlo todo a la menor provocación con tal de encontrarse de vez en cuando con ese segundo que te hace feliz por un segundo.
Fotografía: Catherine Lemblé
escribo porque no tengo para el psicólogo.