[Fragmento de la autobiografía de Chantal Akerman, traducida al español por Tatiana Lipkes y publicada en México por Mangos de Hacha.]
Escribí todo esto y ahora ya no me gusta lo que escribí. Fue antes, antes del hombro roto, antes de la cirugía al corazón, antes de la embolia pulmonar, antes de que mi hermana o mi cuñado me llamaran para decirle adiós (hasta nunca). Antes de que volviera a su casa en Bruselas para siempre.
Antes de que riera.
Antes de que yo entendiera que quizás lo había entendido todo al revés.
Antes de que yo entendiera que tenía una visión truncada e imaginaria. Y que solamente era capaz de eso. Ni de la verdad ni siquiera de mi verdad.
Ahora mi madre está viva y tiene buena salud. Es lo que todo el mundo dice y todo el mundo dice también que está fuerte y nadie entiende cómo sobrevivió.
Le duele todo pero su cabello volvió a crecer. Es un milagro.
Subió de peso. Se las arregla casi sola con todo y su hombro roto. De todas formas hay que ayudarla a vestirse, a desvestirse, a cortar su carne y ponerle mantequilla a su pan. No puede salir a pasear sola y es realmente una lástima. Afortunadamente existe Clara que vive con ella hasta el fondo del departamento, así cada una tiene su intimidad. Clara viene de México. Es hermana de Patricia que limpia su casa.
En Navidad y Año Nuevo hacen fiestas e invitan a mi madre. Mi madre dice que no le importa ni la Navidad ni el Año Nuevo pero le da gusto que la inviten a un hogar mexicano porque hay mucho ambiente y eso le encanta. Regresa de las fiestas con las mejillas rosadas y los ojos brillantes.
Se ríe muy seguido en medio de sus quejas. Goza.
La escucho reír. Se ríe por nada. Ese nada, es mucho.
También a veces por la mañana, se ríe.
Se levanta cansada pero se levanta y empieza el día.
Volví de Nueva York para pasar unos días con ella. No sabe por qué ni cómo pero me deja existir como soy.
Mi desorden ya no parece molestarla. Da la impresión que ya no lo nota. Lo acepta. Me acepta como soy. No era así antes pero desde que sintió la muerte y sigue viva cambió. Sabe lo que es importante y lo que no lo es y me acepta.
Todavía a veces, habla de mi nacimiento y del hecho de que no soportaba su leche y que veía cómo su hija se debilitaba y que era terrible. Terminaron por encontrar una leche que me caía bien. Qué hubiera sucedido si no.
Ella ríe.
Me gusta escuchar su risa.
Duerme mucho, pero ríe. Goza. Luego duerme.
Finalmente aceptó su edad. Sabe que tiene que acostarse en medio de su cama para no caerse durante la noche. Sabe que debe dejar un poco de luz en el pasillo que lleva al baño. Sabe que alguien duerme al fondo del departamento cerca de ella en caso de. Lo sabe todo y está de acuerdo. Le gusta. Le gusta cuando aparece Clara. Le gusta platicar y reírse con ella. Parecen dos amigas que se conocen desde siempre.
La idea fue de mi hermana. Pensaba que mi madre ya no podía vivir sola y Clara llegó a Bélgica con ella y hasta ahora todo funciona bien.
Le caen bien los mexicanos, es decir la hermana de Clara y sus hijos cuando vienen a saludar y a comer con ella. Son cariñosos y se ríen con ella. Se siente bien. Se siente tan bien que ya no puede no hacerlo. De hecho le gusta cuando hay gente en su casa. Incluso el plomero que vino de urgencia con su nieta. Toda la noche estuve sacando el agua que venía de los vecinos y no paraba. Fue realmente un acontecimiento, incluso, en el fondo le gustó aunque se preguntara por qué sucedía y decía que su edificio envejecía y que esperaba que no le cobraran porque vivía con poco y que si además tenía que pagar los arreglos, no sabría qué hacer.
Sabe que puede contar con sus hijas pero no le gusta. No le gusta pedir. Le gusta salir adelante con lo que tiene. Es decir no tanto. Sin embargo trabajó mucho durante su vida con mi padre pero no lo declaró. Por eso tiene que arreglárselas con la pensión de los alemanes y su pensión de prisionero de guerra. Y también con un departamento que me compró mi padre para que tuviera algo.
Ese aprtamento lo rentamos así que le da algo más no mucho porque el departamento no es muy bueno y lo renta por poco.
Cuando llegó el plomero con su nieta, no podía más de la emoción al ver a la niña y sus cabellos trenzados. Eran tan hermosos y la niña tan tranquila y sonriente. Mi madre le dio jugo de naranja.
El plomero hacía un ruido espeluznante con una máquina especial para destapar pero todo se arregló y ya no tuve que recoger agua toda la noche.
El plomero le dijo que esto podía volver a suceder porque la tubería estaba vieja. Mi madre dijo ya veremos. Todo en su momento. Pensó que si sucedía en diez años ya no estaría aquí y que le tocaría a mi hermana porque yo no tengo un espíritu práctico. Aunque fui yo quien le habló al plomero en Navidad y el plomero vino. Se rió.
Le cuesta trabajo salir de su departamento. Ya casi no sale y sin embargo sólo habla de eso, de salir, pero está oscuro y húmedo, es invierno. Sabe que la humedad es terrible para ella que estuvo tan enferma. Pero hasta cuando está un poco menos húmedo, incluso en Bruselas en diciembre, no sale. Sólo a la terraza y hasta allí. Mira el jardín desolado de la planta baja, mira al gato, mira al perro. Mira el camastro que se volteó a causa del viento que se lleva todo al pasar. Pero a parte de eso no hay nadie en el jardín. Los niños ya no están allí. Sin duda están adentro. A partir de la primavera, los volverá a ver y le dará alegría. Espera la primavera y sabe que llegará y que escuchará a los pájaros pasar. Eso le gusta.
Yo no lo logro. No logro esperar la primavera. Estoy en el invierno con nubes oscuras y pesadas que parecen estar aquí para siempre.
Tengo la impresión de que es el fin pero no es el fin.
No sé qué voy a hacer o dónde voy a vivir y si todavía voy a ir a algún lado. Pero voy a ir a mi apartamento de París. Tengo un apartamento. Es mi hogar. Es lo que dicen, mi hogar.
Pero no siento que tenga un hogar u otro sitio. Un lugar donde sentirse en casa o en otro lado.
A veces digo que me voy a ir a un hotel, allí es un hogar en otro lado, allí podría escribir.
Volví a leer todo lo que escribí y me disgustó profundamente.
Pero qué hacer, lo escribí. Ahí está.
Me digo que si lo vuelvo a trabajar, quizás me disgustaría menos. Sin embargo, durante los meses en los que no hacía nada, pensaba que pronto escribiría de nuevo, o seguiría y estaría bien.
Mi madre duerme en su sillón eléctrico como en los aviones. Es un sillón extraordinario como los asientos de business class de los aviones. Ama ese sillón y se duerme allí muy a menudo, así no siente que se quedó en la cama.
La cama es terrible. Más vale sólo ir de noche.
Durante el día duerme en su sillón en el comedor y todavía tiene la impresión de seguir existiendo. Tocan, escucha por una vez, no siempre escucha, va a abrir, sonríe. Está tan contenta de haber escuchado y está tan contenta de que alguien venga. De hecho es Andrée y adora a Andrée. Es una mujer rubia y muy grande que le encanta hablar. A mi madre también le encanta hablar así que todo funciona bien entre ellas.
Es viernes y va a comer pescado y ya se deleita.
Sí, lenguaditos. Los lenguaditos son pequeños lenguados. Le gustan los lenguaditos. A mí también, pero no me deleito y me pregunto por qué.
Ella se deleita, se deleita tanto que acabo por deleitarme yo también.
Dice que la piel de los lenguaditos es mucho más delicada que la de los lenguados.
Andrée viene a ayudarla los viernes y los jueves ya lo disfruta.
Piensa en los lenguaditos y piensa en Andrée, tan bien educada.
Quiere a Andrée, le gusta la manera en la que Andrée le prepara los lenguaditos con una salsa de mantequilla y perejil.