Tú te vas, pero yo me quedo. 

Me quedo con aquel recuerdo de tu rostro celeste blanquecino como la arena de los mares celestes. 

Me quedo con el recuerdo de aquel sol ígneo posándose sobre tus mejillas, como si los rayos fueran la brisa, gotas de sol,de aquella tarde de un ocaso rojo que torneaba tus mejillas. 

 Me quedo con esa imagen de la silueta de tus labios de cerezos, de alelí de óleos carmines y perfumes a sándalo, colina de arenas de suspiros, nimiedades, palabras secas besos a medias y lágrimas decantadas, con la humedad de tu boca y sus hieles hilvanadas de deleite inconsistente para la sequedad de los míos manantial de mieles, su sabor aterciopelado tan inasequible, que conduce al pasillo momentáneo de un éxtasis corto pero inolvidable. 

Me quedo con ese modo suyo, tan propio y nimio para los extraños, de este lenguaje propio de besar con la mirada de tus luceros tibios, crisoles ámbar. 

Me quedo con ese silencio tan sagrado con el que me dices te quiero, con mi ausencia que te grita este amor me aterra, de lo insoportable que soy prolongadamente sin el mirar de tus ojos, que yo sola en una tarde te he contado todas las pestañas rayos de obsidiana, ramas de los árboles que lloran, gritan y hacen sucumbir sin tocarte. 

Me  quedo con el perderme en la brasa de tus pupilas que enciende mis contrariadas pasiones.

Me quedo con tu modo de abrazarme, con el recuerdo de tu pelo,que me guarda en el furtivo invierno, a pesar del nenúfar tu pecho frio, con aquellas ondas, olas castañas de estupor rebuscado que se mecen al par del viento. 

Me me quedo con esa sonrisa tuya que me seduce a besarte, sonrisa inconquistable que a mis labios rozó con mordidas febriles, como si trataras de fundirnos de golpe en una pira con el nombre abstracto de pasión. 

Me me quedo con tus manos arcos sutiles de textura de algodón, nube de cielo lívida en un puente que entrelaza tu piel con la mía, estrella fugaz que a su paso arrebata a naufragar en el delirio del placer, lunares de mapas celestes inexplorados, intocables huellas códigos y anagramas para descifrar la estela de tus hábitos y manías, cuerpo esculpido en mármol, admirada por los hombres. 

Me me quedo al recordarte en los cuadros de Botticelli y Cabanel, al escucharte en los acordes de Bach y aquellas noches con música de Chopin que me hacía pensar  ti, con Ella FitzGerald cantándole una oda a lo nuestro. 

Me quedo con nuestros libros compartidos, tu nombre de rima de agonía detrás del ocaso, nos esconde en un costado de tu desvencijada memoria en un cajón arrumbado con el nombre de recuerdo prohibido, como la luna inalcanzable, tú te vas , te marchas en el tren de los adioses, no volverás, ni serás la ola que me traerá el destino, el recuerdo en pira se encenderá, en polvo y cenizas se volverá, el deseo de lo etéreo de un pasaje inadvertido, la prolongación infinita de un instante, tú te irás y no volverás yo pegare la media vuelta con la memoria marchita, los labios secos y el hastío de tu insoportable recuerdo.

Fotografía por Jocelyn Catterson