Estuve soñando sobre cosas rarísimas. Una palabra: Desplomar. Dos palabras: Te odio. Tres palabras: Chinga tu madre.
Si concentrará todas mis energías en pensar en qué hacer con la vida seguro llegaría a los 40 sintiéndome de 27 y aún no tendría ganas de morir. El domingo escuché cosas que no entendí, tal vez nunca entienda todo por completo.
Lo complicado de los lunes es que la cama huele a fin de semana y dan ganas de quedarse ahí, arrullando a demonios chiquitos que no quieren irse a su infierno y empiezan a picotearte sobre todas tus responsabilidades; bueno, entonces, empiezas a hacer una lista de todos los pendientes que no hiciste durante todo el mes ¿Por qué? Hay muchos pretextos, pero la verdad es pura pendejada mía. Liz dice que un iglú no sirve de nada, yo le digo que la verdad ninguna cosa sirve de nada y comemos cereal con leche nido (la leche nido también se puede inhalar, sabe bastante bien, la verdad), pasamos la mañana viendo los bichos del jardín de casa de su mamá y viendo caricaturas mientras hacemos una que otra pregunta sobre nuestros nuevos descubrimientos de la vida y sobre que sentirá la gente que monea. Después, después, después. Un bache me hace caer de la bicicleta y besar el suelo, me siento contento por ver sangre salir de mi boca, camino, un perro pasa, una señora pasa, un camión de chescos pasa.
Tengo que decirlo, por favor, señora, deje de pellizcar al niño.
Fotografía por Martin Canova