Las mujeres como mi música

Hablando de las mujeres que han entrado en mi vida, lo único que tienen en común es que no tienen nada en común. No tienen sentido en la vida, sólo buscan la autodestrucción, cuentan con un espíritu de rebeldía y no se guardan las cosas que piensan. Son como la música que me gusta; no tienen sentido, un sueño del que no puedes escapar. Son como una amazona que te encuentras desnuda en medio de la selva y no sabes que hacer con ella; si “rescatarla” y llevarla de vuelta a la civilización o caer en su juego y no volver a la sociedad que ya conoces. Se convierten en un personaje que sale de un póster realizado en los setenta al cuál le gusta música parecida a la mía o algo completamente distinto.

Mientras más extrañas se muestran en el exterior, más te adentras en su interior; el tiempo (los años) dejan de existir porque al tomar su mano el mundo deja de existir también. Estás encerrado en un cuarto de hotel donde juntos leen las poesías que le has escrito. No nacieron como todas las personas, no son la típica pareja, el tiempo pasa en ese sueño dentro del cuarto de hotel y aparece el tema de la edad en la pareja, el momento en que te quieren convertir en un objeto. Eres utilizado, te conviertes en un juguete con el que se entretiene un infante de 3 años del cuál después de un tiempo se aburre y comienza a jugar con otro. Un momento más tarde cuando otro niño se divierte con el primer juguete, el primer infante regresa a reclamar lo que es suyo.

Las mujeres en mi vida son algo extraño como la relación de amistad entre dos personas del sexo opuesto, unidas por un lazo místico del cual no pueden escapar. Eso me recuerda a aquella canción que narra la lista de personas que tienes que olvidar, ese lastre que no te permite continuar con tu vida, como una cobija que arrastras cuando caminas por tu casa en las noches frías. Las mujeres, como la música, son aquellas que pueden sacar lo mejor y lo peor de nosotros; con referencia al tipo de música que a mí me gusta es rara, que no le gusta a los demás pero que al mismo tiempo tiene miles de seguidores. Un entrecruce entre la superficialidad y lo profundo entre lo que existe para el tacto y la delgada línea de los sonidos.

La mujer perfecta se traduce en un sintetizador que suena sin detenerse y una guitarra que persigue las mismas notas; aparece frente a ti como el humo de un cigarro, o como el gas de un refresco, un espejismo. No sabes su nombre o a que se dedica, sólo sabes que pasarás el resto de tu vida con ella, como las canciones de pop que cantaba cuando era pequeño. Existen miles de representaciones que se pueden dar a la mujer ideal, pero lo que llevo escrito hasta el momento representa a las mujeres y la música que ha habido en mi vida.

La muerte y la mujer van de la mano, viven la mayor parte de su tiempo juntas, la muerte no cambia de papel, pero la mujer se convierte en el amor y te salva o te manda a la desesperación. Aparecen miles de mujeres a mi alrededor, todas las mujeres que ha habido en mi vida, todas sus representaciones: primas, sobrinas, hermanas, mamás. Puedo sentir como cada vez se acercan más y más al amor y al momento en que todas esas mujeres desaparecen la soledad me invade; no me importan sus traiciones o lo que me hagan sufrir porque son nuestro complemento. El amor es la esencia de la mujer, el sentir que ella es el deseo y las aspiraciones del hombre.

Se presentan ante mis ojos notas musicales, no importa de qué canción sean; vida de un aventurero que lo único que busca es encontrarse rodeado de mujeres que no valen la pena. Comienza el proceso de volver objeto a las mujeres; misoginia y estándares inalcanzables de personas que no existen. Un objeto sexual que debe cubrir las demandas y deseos del hombre; por suerte para las mujeres la rebelión se muestra en su ADN, hay que eliminar el estereotipo de la mujer como objeto que no tienen “nada que ofrecerte” más que lo que está entre sus piernas y comenzar a verlas por lo que llevan dentro. Debemos aceptar por tanto, que las mujeres son como la música, es decir algo que necesitamos tanto como respirar.

Fotografía: Kevin James Neal