La ficción es mentira

¿Viernes 13? Quien cree esa mierda, dejé de pedirle cosas a Santa a los 9 años. Vamos, no digo que mi infancia fuera una basura, pero me caga que quieran endulzarme el oído todo el tiempo. Ya saben, sólo con su fe y su falsa suerte.

Vivía con mi padre, era uno de esos tipos rancios que bebía botellas de vino como campeón, miraba el baloncesto por la TV después de trabajar y cuando yo dormía se la jalaba en la sala toda la noche y el cabrón gemía como si estuviera solo.
No era tan malo, me daba algunos cuantos pesos para comprar libros (y hierba con Robert, sólo que él no lo sabía). Tardó 4 años en recuperarse. Desde de la muerte de mamá nunca más fue el mismo. No digo que fuera el puto sol, pero todavía conservaba algo de alma. Ahora estaba saliendo con otra mujer que se llamaba Margaret. Eran compañeros del trabajo. Me contó que un día, después de una junta nocturna, bebieron un poco y tuvieron sexo en algún parque del vecindario. Después se llamaban más seguido, y ahora planean juntarse, pero antes esperan a que se concluya el divorcio de Margaret.  

Estuve ahorrando un poco de pasta, quería llevar a Clara a un concierto, pero me terminó como hace un mes y, bueno, supe que salía ahora con su vecino. Era un tipo apuesto, tonto, pero apuesto. No había nada que hacer ya. Usé ese dinero para comprar un disco de Kendrick Lamar. Mi papá había comprado un tocadiscos, tenía que probarlo. Además, había leído que la mejor mierda de este año venía de Compton.

Mi padre y yo estábamos suspendidos en la nada. Teníamos una relación considerablemente buena, podíamos hablar del juego de los viernes, de los viejos discos de los Jackson Five y por lo general comíamos pizza todos los fines de semana. Compartíamos varias cosas, pero, cuando era hora de dormir, nos desconocíamos por completo. Yo me sumergía en las letras de Virgina Wolf y él en ver a dos asiáticas masturbándose con un dildo extraño.

Algunas veces me pregunto cómo me vería a esa edad, digo, no cambiaría mucho. Pantalones cortos, una playera de Coltrane con una chaqueta vieja y unos tenis gastados. Un trabajo insignificante, de poco tiempo probablemente. Quería tiempo para mí. “Aunque ya no hay nada que hacer siempre hay algo qué hacer”. Siempre he pensado que el brillo de las personas termina a los 35. Después de ahí; respiras, duermes, comes, cagas y miras maratones. 

En un año me iría a la universidad, hasta ahora no había hecho nada relevante. Nada malo de lo que me arrepintiera y nada bueno de lo que me enorgulleciera. Bueno, la vez que maté al gato de Clara no sentí arrepentimiento, estaba drogado. Recuerdo que le dije que fue un maniático del otro vecindario. Me creyó. Pero estamos a mano, ella me rompió el corazón.
Mi vida ahora es un jodido libro de dibujos, decido qué colores usar, pero, una vez que termino ya no puedo cambiar nada. Un día pierdes a tu esposa, otro te masturbas en la cocina con fotos de anuncios en revistas y al otro pierdes tu chaqueta favorita en el bus. Mierda. 

 

Fotografía por Coastal Driver