Ansío, desvarío por tener tu cuerpo.

En mi mente te invoco y cierro los ojos para verte de cerca.  Emulo tus manos, que semejan los instrumentos del cartógrafo: Recorren cada línea de mi cuerpo que parece evaporarse en el ardor de tu ausencia, mis dedos se acercan al detalle de mis pliegues, examinan con escrutinio mis montes y marcan rutas hacia los valles. Hago ese movimiento -con los dedos índice y medio- que me enseñaste: justo en el epicentro de mi tibieza. Tiemblo placenteramente, fallezco rápido en un suspiro y luego, entre latidos que brotan en medio burbujas de mi sangre que hierve, renazco y vuelvo a empezar.

¿Qué será de mí si sigo sufriendo de tu falta?, ¿Cuánto más tendré que permanecer en el borde de la cama? …Porque aquí sigo sentada, como señorita socialité, en espera de que el mundo se rinda a mis pies, Oh la la lá. ¡Acércate, ven a mí una vez más!, hagamos  fiesta en la habitación esta tarde. Lancemos susurros repletos de secretos. Flotemos en la magia  que irradian nuestros cuerpos al chocar. Tus latidos serán los míos, tu respiración la mía. Tus ojos verán a través de mi piel, muy dentro hasta el corazón y ahí mirándote en el espejo de mis entrañas te reconocerás mío de nuevo.

Este anhelo ha encendido una mecha efervescente de deseo en la comisura de mis labios. En mi pecho ya no cabe el arrebato que me causas. Locamente transformo las horas en días, los días en semanas y luego así… extrañándote vehementemente, vuelvo a cerrar despacio los ojos para imaginarte de nuevo; acurrucado en mi pecho envueltos en sábanas de silencio, hermoseando mi cuello, en donde tus besos se quedan prendidos al despertar. Solo así… imaginándote, logro sentirme menos sola en este círculo vicioso que es vivir sin ti.

Fotografía por Martin Canova