Recuerdo la última noche en que nos vimos, hicimos el amor en el suelo, eran las dos de la mañana y nos reconocíamos, transformando el idioma solo a lo tangible, a los besos, las caricias, los secretos y todo aquello que con el paso del tiempo suele desvanecerse. Nunca nos habíamos contemplado de esa manera , y después de eso todo terminó, aun no entiendo cómo esa noche me hiciste tanto y después se desvaneció.

Era inquietante cómo en la soledad se podían sentir infinidad de cosas, la desnudez y las luces del exterior parecía dar una tranquilidad con la que poco a poco se conformaba.
Quién es y cómo es, ver el televisor, leer un libro, tomar una cerveza por la tarde o una taza de café, observar por la ventana y tal vez escribir sobre aquellas cosas que estaban rotas.

Pasábamos los días tratando de conocer todo de nosotros, para darnos cuenta que por más tiempo que pasara, por más amor dado, no terminaríamos juntos. La apropiación de instantes, la inexistencia de palabras, la exploración del yo a través del nosotros.

Parecía desconcertante, las cosas que sucedían no tenían mucho sentido en ese momento, estaba confundida. ¿Cómo cada cosa podía encontrar su lugar fuera de esta habitación? ¿Cómo cada cosa encontró su lugar fuera de nosotros?

Hablamos varias veces sobre ella, la extrañabas y yo no pude hacer nada porque esas cosas no desparecen de un día para otro. Pero dijiste que estar conmigo se sentía bien.
Te fuiste para reparar aquello que habías roto antes de mí. Vivencias no verbalizabas nos mantenían en una relación más profunda que la que teníamos con todos los demás, pero sin ellos no podíamos existir. Nuestra capacidad para reconocernos requería repetidas experiencias. Conocernos fue el respiro que necesitabas para darte cuenta que las cosas que sentías por ella iban a permanecer incluso después de mí.

La soledad la convirtió en miradas, la desesperación por encontrarte se volvió absurda y todo pudo sanar dentro de esta pequeña habitación.