Pues tenemos vida, dentro de lo que cabe. Digo que tenemos, como si fuéramos quiénes,
¿quiénes?
La alquimia es un acto solitario que demanda no sé qué cosas sobre entes que quizá no son sino nosotros mismos.
Es mejor que se detengan todos mientras suenan las voces del tiempo desaparecido,
de las que tanto se habla, de las que tanto nos equivocamos.
Qué frío este frío, pero claro. Qué viento el viento o qué noche la noche;
este el testimonio de una muerte que nos aguarda a todos.
Muerte de la que ni la más sincera poesía se salvará.
Perpetuo desvanecimiento
de las sonrisas, de la suposición-luz, derroche de alegría que es falsedad que es… qué sé yo.
Yo estoy en paz mientras haya música, mientras haya recipientes donde vomitar
donde una y varias eternidades nacen y mueren con el baile sagrado.
El sánscrito de los sabios, yo no lo entiendo.
El andar de los magos incomprendidos es mi andar, aunque yo no sé nada de magia.
Tampoco sé de pájaros ni de fuegos, aunque tampoco creo en nada.
Son muchos los minutos que llevamos perdidos. Pero ¿qué los diferencia de los años?
¿Qué me hace diferente a mí de los árboles y criaturas que aquí me acompañan?
¿Conciencia?
No: sé que ellos tienen la propia.
Es posible,
fuera de la simbología del entendimiento que es todos los entendimientos.
Afuera y adentro, como un coito intergaláctico en el que no interfiere nada más que una armonía invisible.
Las interrupciones se mantienen como hordas violentas.
Interrumpimos el programa para llorar a ciegas: lloramos a ciegas y cantamos con la lengua cortada.
Ellos,
fantasmas míos,
y este que creo que soy.
Fantasmas míos,
canten para siempre.
Fotografía por: Li Guanqun