Entonces eramos solo tu y yo, sentados en el pasto, en medio de la nada, enfocados por los rayos del sol. Tú decorando mi cabello con flores, y yo cerrando los ojos para sentir que me convertías en montaña.
Una montaña de deseo, que le pide al viento que te lleve hasta mis tierras.
Una montaña fructífera, que espera que tengas hambre para que te alimentes de mis frutos.
Una montaña frondosa, que quiere que te enredes en mis vegetaciones.
Una montaña empinada, que anhela que escales cada una de mis elevaciones.
Una montaña fría, aguardando que traigas tu calor a mi.
Una montaña llena de caminos, ansiando que los recorras todos hasta que llegues a mis lugares más profundos.
Una montaña húmeda, que solo quiere que te refresques en mis aguas.
Y al abrir los ojos ahí estabas tú, convertido en aventurero, explorando cada parte de mi cuerpo, consumiéndome.
Escribo porque un rayito de sol moreno me hizo sentir que era capaz de hacerlo.