“Hablo con la voz que está detrás de la voz”
A. Pizarnik
Una semana o cinco días. Se puede, incluso, haber estado más. Hacía tiempo que no sentía, que no lloraba, que no tenía noción sobre lo que pasaba a mi alrededor. Posiblemente me sentía como aquel que dice, que sugiere, que señala y que encima, está lejos de todo eso.
La tristeza se había convertido en una especie de neutralidad que ni siquiera la notaba. ¿Acaso se había convertido en mi nuevo estado de alegría? ¿Lo rutinario novedoso o quizá el hartazgo a lo que la abstinencia sugería? Puede que sí, puede que quizá, pero solo es una probabilidad.
Tocaron la herida profunda, aquella que por años había estado ahí llena de costras, de capas sin remover, de noches en que el pensamiento recurrente sugería: deja todo acá. Rompieron una a una sin pensar, porque eso es lo que hemos hecho durante todo este tiempo. No pensar.
Seguimos sin cuestionar, sin deducir, sin sentir más allá. Repetimos hasta el cansancio hasta que todo se vuelve verdad. Una verdad construida a base de aceptaciones ajenas, a base de engaños y a prueba de errores de los que nadie puede escapar. Nos sentimos inmunes. Somos inmunes. Pero esa inmunidad, como todo, tiene fecha de caducidad.
Fotografía por Lorella Furleo Semeraro
Me gusta escribir sobre las cosas que veo y siento en el momento preciso.