Escribí para no morirme

Esta triste historia inició contigo; contigo y con mis sueños de ser escritor. Si lo pienso bien, a pesar de que sólo lo primero llegó a su fin, ambas cosas duelen y pesan aún a día de hoy.

¿Recuerdas lo que me dijiste aquella tarde en la galería? Fue mientras veíamos la exposición Color vivo de Lee Krasner. Me dijiste que, sin importar cuántos poemas leyeras, los que más te gustaban eran los míos; porque te hacían sentir tan viva como aquellos cuadros; curioso, pues tú eras quien le daba vida a todas aquellas palabras.

Recuerdo que por las noches, mientras hablábamos, te leía fragmentos de vida que había escrito para ti, leía hasta que te quedaras dormida para después intentar acompañarte al otro plano. Nunca lo conseguí.

La vida, como todo lo que no tiene sentido, siguió su curso hacia un punto desconocido; yo seguí escribiendo, escribí para no morirme, para no perderte, escribí para salvarnos de lo que sabía era el final; escribí a pesar de saber que no podría hacerlo.

Ha sido casi un año desde aquel civilizado final en el que nos dimos las gracias y cada quién dio media vuelta, y a pesar de que aún escribo tratando de encontrarte, el viento ya no lleva mis palabras a tus oídos, los cuadros de colores vivos se volvieron una escala de grises y lloro de vez en cuando si pienso en todo lo que ya no fuimos.

Y es por eso que resulta más increíble aún que esté aquí de nuevo, poniéndole el punto a final a otra oración hecha para ti.

Fotografía por die lehmanns.