Un encuentro de miradas fue más que suficiente para adivinar como iniciaría esa historia, más no cómo acabaría.
Con el paso del tiempo, ella fue dándose cuenta de lo que podía vivir con él, más no sabía que a través de él conocería sensaciones nuevas que, tal vez en algún momento, llegaría a confundir con sentimientos.
Entre ilusiones y desilusiones; entre miradas coquetas y salidas esporádicas; entre seguir su juego y darse por vencida; la manera de verlo fue cambiando, no por todo lo sucedido, sino por lo que le incitaba, motivaba y decía: “¿Tienes algo que perder?”.
Fue convirtiéndose en una ruta de escape para todos esos pensamientos y deseos que en algún momento llegó a tener.
Admitirlo le es difícil. Ante él perdió todo tipo de cordura. Nació en ella una nueva persona a la cual percibía, más no conocía. Esa sensación tan extraña y prohibida era algo totalmente nuevo y en cierto punto, atractivo; tan atrayente que fue acostumbrándose a ella, le gustó… se gustó de esa nueva forma, le gustó lo vivido pero le gustó más haberle aprendido.
En algún momento llegó a ilusionarse de más, como cualquier niña ingenua creyente del amor verdadero, el príncipe azul y el felices por siempre; pero al comprender mejor todos los movimientos, pudo considerarse una buena aprendiz de ese juego.
No piensen mal, hablo acerca de ese cariño extraño que tenía, que poco a poco se fue tornando en una profunda admiración; hablo de ese sentimiento confuso que al final se plantó más en su cabeza que en su corazón.
¿Saben? En resumidas cuentas, ella sólo querría agradecerle el haber despertado ese lado inquieto y en cierto grado inseguro, por dejarle aprender más de él y por ser alguien que difícilmente olvidará.
Fotografía: dima semenovykh
De personalidad múltiple pero controlada. Publicista y fotógrafa; amante del arte, las letras y la cultura visual. Creyente del talento nacional y polea de aquellos que buscan sobresalir a partir de sus pasiones. Con “corazón roto” de nacimiento e inspirada en las nostalgias de la vida en general.