Antonio caminando junto con Sol, junto con Quetzale, junto con Huitzil. Caminando en una terraza, viniendo de lejos, de alguna situación importante ahora sin importancia, en una terraza amarilla que se pintaba verde y ahora dorada, porque había Elotes disfrazados de maíz

Nadie sabía de quien eran, aunque no eran de nadie. Saltaron la cerca de una zancada gigante y de dorado se pintaron las manos de Sol junto con las de Antonio, junto con las de Quetzale, junto con las de Huitzil, y llenaron las mochilas de Elote que entonces habían estado disfrazados de Maíz. Siguieron caminando por la terraza amarilla que luego azul que luego morada, y llegaron a cenar a algún lugar también iluminado de amarillo aunque pintado de rojo.

No recuerdo que pidió cada uno, pero todo agradó. Mientras todos se veían riendo y viniendo se acercó un español preguntando qué era eso que brillaba en la mochila de Sol.

-Era maíz, pero ahora son Elotes señor- contestó Huitzil, aun riendo y viniendo – Están buenos con queso y chile-

El español pidió de favor que algo de oro pintase sus manos

-Claro señor- dijo Antonio y dos Elotes le dio

El español se retiró emocionado como si verdadero oro hubiese pintado su manos, pero mucho brilló en sus ojos, porque cuando Huitzil iba con Quetzale que iba con Sol que iba con Antonio hacía afuera del lugar, un grito se escuchó y rojo se pintó el lugar que ya era rojo y que estaba iluminado de amarillo, pues el español con cubiertos la garganta de un mesero cortó, porque entonces ahora tendría la sangre de un mexicano en un tazón junto con elotes amarillos que le habían dado unos muchachos, para hacer un ritual que hacía tiempo había leído en un libro, no sé dónde en España y que lograba no sé qué.

-¡Que loco!- dijo Antonio

Mientras, corriendo el español con el tazón y los elotes, y el mesero tirado en el lugar rojo con amarillo y los muchachos con las mochilas doradas y los comensales con las bocas abiertas, aún unas con comida.

Fotografía: Cristina Rizzi Guelfi