Lleva por nombre mía,
tiene teñidos mis besos y mi escritura.
Ella se llama noches sin sueño,
tiene en sus recuerdos latidos de mi pecho,
es inevitable recordarla los días fríos;
cuánto quisiera tenerla conmigo.
Ella se llama hambre, hambre de amor;
de darle un viaje a lo desconocido,
lento, como cuando vuelan los días.
Bella como la luz de la luna,
frágil como porcelana,
de tierna voz y ojos miel.
Ella se llama lo que más amé,
pero sé que aún vivo entre sus ojos,
lejos, muy lejos, quizá.
Así, casi sin darse cuenta que soy yo,
entre sus recuerdos olvidados.
Me causa miedo cuando se aproxima,
me vuelve suyo con su esencia,
hace que mis mejores textos parezcan nada
con la poesía de su existir.
Me envuelve con su sonrisa,
aunque sea para otro,
anónimo, sin rastro alguno, de sol o lluvia;
y a fin de cuentas, ladrón de lo que más quería.
Ella se llama 20 del mes octavo,
que entre mis lineas se de cuenta que todavía es libertad.
Aún cuando se encuentra lejos,
ella se llama como el sonido de las olas,
que suenan como melodía febril o como canto de silencio,
como las cosas que amo o lo que más le temo.
Ella se llama como mis versos la nombraron,
¿podré extrañarla siempre? o ¿hasta donde se me cura la agonía?
hasta que amanezca en un día oscuro o de nuevo me sonría.
Fotografía: Delfina Vazquez
Y puedo ver el brillo de tu amor detrás de esa mirada, puedo sentir el filo del dolor que esconden las espinas…