Dejad que la impalida luz de la luna me ilumine, pues mis ojos vueltos sobre mi no ven mas que tinieblas, dejad que este loco divague tan lejos como el horizonte del mar, y con suerte dejadme también unirme con mis hermanos los héroes, los muertos y los esclavos.
Amanecer, traedme la copa de perlas, pues la batalla esta por comenzar; el brillo de este nuevo sol lastima tanto como el de tus ojos.
¡Sentenciadme si es necesario!, Pues el camino es infinito y no habrá regreso alguno que por hombre decente se conozca.
Dulce D. que amor me has nombrado, nombradme libertad, nombradme esperanza, no dejéis que el fulgor de tu rabia destruya la razón, pues la razón como os la conocéis cambiara en otra dimensión, tomad lo falso como verdadero y lo imposible como real, pero jamás dudéis de este príncipe oscuro que soy, que oscuro seré, pues aun envenenado empuñó mi espada maldita, violenta y poderosa, y la apunto hacia aquel horizonte que me desafía.
¡Perro maldito! Nos volveremos locos si el momento es ya el indicado, o salvajes si vuestras pieles se excitan.
Dejadme pues con mis fantasmas.
Fotografía: arthur shuraev