En un principio el hombre y la bestia vivían bajo ley de paz. Era la ley de la tierra y era así. Pero el hombre tenía otros planes.
Un día, Chimêq el guerrero, desató la guerra entre los hombres al robar las tierras de su vecino. Ãtla la tierra, al ver a los hombres morir bajo su propia mano derramó una lágrima que dio forma a los ríos, y calló para siempre.
Los animales lloraron también en silencio, y decidieron alejarse de los hombres. Juraron al silencio proteger los ríos de la Diosa en las partes frías y altas donde el cielo desaparece entre las hojas, lejos del hombre.
Paso mucho tiempo, los hombres y los lobos no se volvieron a ver hasta que un día, Chimêq el guerrero, caminaba en medio del bosque y se encontró con Aquîla el lobo guardián. Chimêq presuroso, le dijo que había escuchado sobre un manantial donde el agua es eterna. Aquîla, sorprendido dijo: -Âtla provee justamente a sus huéspedes. El agua corre y mientras su cauce fluya, no hay nada que demandar-.
Pero el hombre insistió. Y el lobo dijo: -En los ojos de los hombres la pureza se convierte en un deseo trágico. No te permitiré los secretos de los que escuchan y los que ven. Vete en paz de aquí. Aquîla pasó la noche hablando atentamente con la tierra, y lloró.
La tierra se despidió de la bestia acariciándolo con su viento por última vez, y dejando la luna como consuelo.
Bajo esta luz, Chimêq se acercó en silencio por detrás de la bestia y la apuñaló. Así, Chimêq rompió la alianza del lobo. Aquîla abandono la tierra al llegar el rocío; su último aliento fue el eco eterno del bosque; la maldición del lobo.
El Chimêq lavo sus manos manchadas en el manantial de la Diosa. Y así, el hombre robo los ríos y sometió al lobo. Paso mucho tiempo mas, el gran guerrero Chimêq, poseído por el fantasma de Aquîla, el fantasma que regresa el principio al fin y el fin al principio, se adentró al bosque a buscar el lugar fatídico donde la alianza se rompió.
Tumbado en el lugar, lamentó toda la noche. La guerra entre los hombres convirtió la tierra en infierno. Con el rocío, unos llantos lejanos llegaron también, eran tres indefensión lobos abandonados en la nada. Chimêq tomo a los cachorros y los llevo a sus tierras. Ahí los crió y los cuidó paternalmente, con la esperanza de sanar su alianza.
Pero el viento que llegaba del bosque venía impregnado de un misterioso eco melancólico que los lobos no lograban entender bien. Esperaban cada noche, cuando el hombre dormía, que llegará el viento para seguirlo dentro del bosque. El viento calló, y el lobo entendió, espero.
Una noche, junto al fuego Chimêq fumaba en su pipa, sintió la mirada de Otlâ la loba. La vio a medida luz bajo una serenidad alarmante. Chimêq, terminó su pipa para ir a dar un paseo, esa noche y después de mucho tiempo, Chimêq atraído por aquel eco tuvo el impulso de regresar al bosque. Lo escuchaba al fin tan claro como cuando empuñaba su cuchillo y supo entonces que el bosque tampoco olvidó.
Perdido en la penumbra, escuchó al fin el aullido de Axajano el lobo negro que hablaba con la luna. Chimêq quiso regresar a su tierra pero ahora el gran Xtli obstruía su camino. Entonces, la tierra con su viento, acarició a Chimêq por última vez y se despidió.
Fotografía: Sean Marc Lee
NADA QUE DECIR…