Mi amor platónico se llama Venus, es arrogante y tiene una seguridad que corrompe hasta al más heartless. Tiene una mente exquisita y una sensibilidad estética que me atraviesa con sus enormes ojos cada que me mira. A Venus le gusta el cuero y el glitter, me pregunta cómo sería nuestra vida en una película y yo le digo Melancholia. Escribimos manifestos de moda, amor y arte, porque Venus vive de arte e inhala arte.
Me vuela la mente la piel de Venus, sabe a terciopelo y se siente como la leche. Su estructura intravenosa se deja entrever, sus venas parecen constelaciones, parecen líneas de neón. A veces me abraza con sus piernas, a veces me lee Monstruos Invisibles. Nuestro amor es sinestésico, Venus derrama sus lágrimas blancas en el tapete negro.
Venus se siente Illuminati, sus manos me despiertan por la noche para contarme sobre el siguiente road trip, somos un film con “Crimson And Clover” de fondo. Esta vez me lleva a un campo de flores, nos cubre la cabeza con una tela vaporosa, semi transparente. Dice que cierre los ojos e imaginemos que somos una pintura de Monet. Somos una combinación de mis directores de cine y sus pintores favoritos.
Me quiere, siento su respiración en el cuello. Me escribe esporádicamente y el resto de los días se comunica telepáticamente. Venus está al final del pasillo vestida con un black suit y detalles dorados, sus pestañas se alejan, su imagen se aleja, Venus tiene que irse porque como dije al inicio, es sólo mi amor platónico.
Pero siempre me conduzco hacía seres inamorables, dejo que el mar nocturno me llegue hasta el cuello y dejo bajar la marea hasta mi cintura, porque ese vaivén de placer imaginario me sienta bien. Lloro de vez en cuando porque ya me da vergüenza darle todo a cualquiera, la imagen de la chica con el rímel corriendo por sus mejillas se hace real.
Fotografía por Philipp Samsonov
A veces me llamo Justine / Chaos makes the muse.