Del objeto a

No era nada mezquino

Había decido marcharse, no era algo que pensara que podía ser simple en ningún momento. Dejarle ahí parecía lo más terrible que pudiera hacerle, como si la cuestión de la ternura, el amor, el desasosiego al momento de escuchar su llanto no pudiera ser calmado por un padre.

Es cierto que el romanticismo es apagado por una constante sensación de estupidez, pero ello iba más allá, era un arma de doble filo para decir y decidir qué no podía continuar bajo las mismas condiciones con una posición opacada, en las sombras, como si de lo fantasmal se tratara sin un dejo de fantasía para esa niña de poder imaginar, lo que sería despertar y calmar el llanto por el abrazo de su padre.

La frialdad vendría…la sensación de no estar sería producto de toda elucubración obsesiva de fallo, como única opción por imaginar lo que sucedería. Él jamás lloraría para darle lugar al drama o la trama patética de un hombre falsamente caído tan solo por mostrar. Era hijo de su tiempo. Su juventud le dio guía para garantizarle que su adultez, sería la misma estafa.

Algo se quedó ahí, algo de esa sensación de impotencia para hacer que calmara su llanto le recordó al suyo justo antes de partir. No fue un abandono, fue un decidir no ver más ni gozar de aquella sensación de fracaso, de atribución de ser el único hilo que lo ligaba a continuar. Renunció a si.

Jamás nadie le daría lugar a ello, jamás nadie lo entendería, jamás nadie sabría ese gran vacío que le fue recordado al dejar a esa niña. Al final tan solo buscaba lo perdido, jamás lo encontró, cabe decir, pero dejo de pesar. Ahora ella sería quien en cualquier momento pensaría dejar sobre la mesa aquel rompecabezas inconcluso con molestia que le fue dado, que fue el pre-texto de su concepción.

“Para ello se forja el carácter” dirá él, “nunca hay garantía” sostendrá .

“Tú no estás aquí por ti, como yo por mi no lo estuve”… No pasa nada. Nunca pasó nada. Fue la mera fantasía.

“¿Vladimir o Estragón?” le dirá.

Fotografía por Lars Wastfelt