De quien advierte con aguda ingeniosidad a la causa, los efectos muy penosos de la lucha de afectos encontrados

Usted no sabe

el arrebato que para mí ha sido

enterarme de su esférica existencia

usted no sabe que

aunque yo le quiero decir: señora

en vez que le digo: suripanta- gaznápira- ceporra

agravios que hasta ahora ignoraba

salen

desconozco si de mi boca

o de mi intestino

empieza como un hipo y termina en melancolía

también: lechugina- estólida- ladilla

es de vez en vez que para mis tripas

blasfemar es enmienda.

 

Aún no tengo el…

libitum

(por así decirlo)

de conocerla facie ad faciem

no sé si realmente entre sus gracias

esté ser una: pacata- cosiaca- mamacallos

es este movimiento involuntario de mi diafragma

que se repite

más o menos a intervalos regulares

verraca- merdellona- zurulla

dispense usted pero en un descuido

he quitado el ánimo a la lengua

para dárselo a las vísceras.

 

Hogaño

que sé de su desorejada existencia

una parte de mí dejó de existir

(aunque no sea

tan precisamente por

su metomentodo existencia)

me ha quedado una herida de pájaro

que me ha dolido

me ha quebrado

me ha quitado el sueño

y hasta las ganas de comer buñuelos

 

usted ignora lo que para mí ha sido

decir adiós a su no existencia

bufa- felóna- sorimba

que la mitad de mí corazón se incline a aborrecerla

y la otra mitad a querer olvidarla

 

disculpe usted: zafia- pérfida- samuga

es mi hipo, mi ego, mi feminismo herido

el que habla

yo esos vocablos no los conozco

tampoco a usted: zullenca.

 

Tal vez un día

cuando seamos Noruegas

nos complaceremos de un café juntas

mientras los niños juegan

 

por lo pronto ya le he arrancado

sus insulsos ojos

(simbólicamente claro está)

y los he puesto frente a mi corazón deshecho.

 

Le doctrino tibiezas y desasosiego

le confieso mi gran delito

detestarla

me fío que el viento conduzca mis quejas

hasta sus orejas

 

por lo pronto

es mi menester devolverle a usted: sebuda-ladrona

su daga

y si usted condena mi descortesía

culpe también su arrojo

que si es excesiva mi osadía

su arbitrium no fue justo.

 

Fotografía por Igor Baranchuk