Hoy vine a Burger King a bajarme la depresión con helado, papas fritas y Pepsi fría. Tras de mí se ha sentado una familia a tomar malteadas y comer hamburguesas. El más chiquito no ha tardado en sacarse los zapatos y correr desbocado hacia la zona de juegos; se deja caer en la piscina de pelotas y ríe. El niño ríe y los papás y el hermano mayor sonríen. Tienen todo para estar adentro de una fotografía de ensueño. Tan pronto el niño pequeño regrese a la mesa a comer sus nuggets -ha sido el único que no ha pedido hamburguesa- un fotógrafo habría de estar allí para capturar el instante y sentir que su cámara ya nunca capturará otro instante tan perfecto como aquél.
Entre las papas y el helado, un antidepresivo: valium. Y también entre el helado y la Pepsi.
El niño ha vuelto a la mesa y los padres lo abrazan. A petición de su madre, el hermano mayor usa la cámara del celular para tomar una fotografía de la que sólo será espectador.
-Esperen, aguarden, ya la tomo yo- digo refiriéndome a la fotografía. Los padres acceden a que tome el celular de su hijo y entonces sé que tengo un trabajo importante ante mí; quizá el trabajo más importante desde que dejé de laborar como parrillero en Burger King.
Y disparo.
La fotografía sale borrosa.
-Aguarden, por favor. Una más- le digo a la familia perfecta.
Y vuelvo a disparar.
De nuevo, la fotografía se ve mal.
El hermano mayor me quita el celular de las manos y me da las gracias, al igual que sus padres y el pequeño. Recogen sus cosas y se van.
No hago mejor trabajo como fotógrafo que como parrillero. Pero qué importa: tengo helado derretido, papas fritas reblandecidas, Pepsi rebajada con agua de hielo y una caja casi entera de antidepresivos.
Fotografía: Nadja Bozic
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.