Empecé a escribir nombres en estado somnoliento, creyendo que podía dar con el tuyo. Que algún misterioso golpe de suerte me llevaría a encontrarme de nuevo con el nombramiento de mi nacimiento.
Porque perdí la memoria en aquel accidente, y ahora solo hay vagos recuerdos de flores contra el piso, una pizza regada por toda la calle y gente alrededor de mí.
¿Me pregunto cuánto tiempo pasará para que se den cuenta, en mi lugar de trabajo, que he olvidado cómo hacer todo, excepto mi oficio de escritora?
Que en el transcurso de las horas me dedico a hilar las palabras sobre un caminito hasta crear una pirámide, un iglú, un edificio, en suma, un sinfín de ciudades, con habitantes extraños entre ellos, pero que quieren compartir el corazón y la mente.
Al salir de mi trance vespertino del miércoles, noté un lunar en mi hombro izquierdo cuando un rayo embistió contra mí provocándome un fuerte dolor de cabeza. Momentos y rostros vinieron a mi mente de golpe, y ahí estaba yo, sentada frente al escritorio, con el cúmulo de palabras dispuestas ante mí para seguir construyendo mundos.
Tu nombre no desfila por mis constelaciones, ni aquellos habitantes extrañan tus historias, pero me he encontrado a mí misma siempre, todas las veces que me perdí por los laberintos de la memoria o cuando quise tomar el atajo hacia el mar.
Fotografía por Anna Paola Guerra
Las palabras me visitan a todas horas del día y yo las invito a pasar.