Tus ojos cálidos me miraban desde hace ya algún tiempo, yo sin darme cuenta siempre pasaba de largo, hasta que un día todo cambió.
Por primera vez decidí mandarte un mensaje, sí a ti, al chico que siempre me mandaba mensajes.
Al entrar en tu casa el olor a incienso se impregnó en mi, un gato blanco con manchas negras salió de debajo de la mesa, dos gatos más corrieron por el pasillo. En la ventana colgaba un atrapasueños, había uno de diferente color en cada puerta y en cada ventana.
Mientras cocinabas te conté lo que había hecho en el tiempo en que no nos vimos. Cuatro años pasaron desde la última vez que te vi.
Me senté junto a ti, comimos, hablamos, reímos y por primera vez, después de todas las veces que nos habíamos visto, estuve lo suficientemente cerca para poder ver tus ojos, cafés, profundos, sinceros, en ese momento una sensación de vértigo me sorprendió y fue cuando supe que podría caer en ellos.
Te acercaste muy despacio como sabiendo que si lo hacías de otro modo yo huiría. Cuando estuviste lo suficientemente cerca como para poder sentir tu respiración, te acercaste aún más, y yo estaba lista para alejarme, tomar distancia, escapar…
pero no lo hice, hubo algo, una fuerza magnética que no me dejó, entonces cuando sentí tus labios calientes en los míos, una corriente eléctrica me recorrió todo el cuerpo y el vértigo me erizó la piel. Supe que estaba a punto de caer. La pregunta era ¿quería caer? ¿quería caer en esos besos, en esos ojos, en ti?
Tuve miedo por todo lo que había sentido y más que eso, porque sabía que ya no había vuelta atrás, todo había cambiado en el segundo en el que yo también te besé.
Fotografía por Jocelyn Catterson
Cuento historias a través de imágenes, a veces sueño en blanco y negro. Siempre escribo en las noches.