Estuve esperando más de 6 horas, estuve apresurando mi rutina y mis pensamientos se aceleraban al ritmo del latido ascendente de mi corazón. Fui perdiendo la esperanza y empecé, como plan de contingencia, a repasar mi lista mental de planes pendientes. Encontré con qué matar dos pájaros de un solo tiro, aun así ralenticé mi plan de acción para darle más espera a lo esperado durante todo el día. Llegó el punto en el que me decidí a actuar y mientras escribía para poner en marcha mi plan, recibí una llamada, lo esperado se había arruinado. “Calma… Calma… No es personal y lo sabes. Vamos, llorar tampoco está mal cuando te entran ganas. Ya está. Ahora abre ese archivo mental donde guardas lo que debes hacer en este caso…”
Repasando la lista de un nuevo archivo, decido secarme las lágrimas, abro el cajón donde guardo todo eso que puede hacerme sentir bien de alguna forma y entre todo, al azar, elijo un tarjeta… “Nada, ya está hecho, no funcionaría en este momento”. Saco una segunda tarjeta, me entran ganas de mandarlo todo a la mierda, me dan ganas de desaparecerme de su vida y de mi vida. Leo la tarjeta y no, no tengo ganas de hacer lo que allí se escribe. Tengo ganas de mandar todo a la mierda, me pregunto por qué vuelvo a caer en estos viejos patrones de conducta, me pregunto si no estaba más tranquila antes. Interrumpo mis pensamientos y me digo que lo he prometido, haría lo que dijera allí, al menos eso me sacaría de ese estado o me hundiría más en él, como sea cualquier cosa es mejor que quedarse flotando estática entre un mar de sentimientos que no comprendes.
Fotografía: PJ Wang