Ayer decidí comprar un gato. O un pez. Aún no sé bien. Justo después del partido lo decidí así.
Si tuviera un gato a lo mejor dejaría mucho pelo tirado sobre la cama aunque no tendría que darle mucho amor. Los gatos son huraños y no se dejan agarrar tan fácilmente. Luego tendría que comprar otro para que le hiciese compañía, y luego otro más para mi compañía y uno más. Cuatro gatos. Y entonces no tendría tiempo de pensar en ti. Me la pasaría rellenando bowls de comida y agua y aspirando los pelos sueltos de los gatos, de mis cuatro gatos.
No tendría tiempo de pensar en las cabronadas que me hiciste. Las llamadas diarias que se convirtieron en mensajes de texto casi monosílabos sólo pidiendo sexo. Sí, en todas sus variantes.
Tú solo quieres agarrarme.
¿Por qué ya no me llamas? ¿Por qué ya no me platicas de Francia como antes? ¿Por qué sólo quieres coger conmigo?
Si hubiese sabido yo desde el principio, pues acabábamos con eso y listo. Ahora ya no tengo tiempo para esto, tengo cuatro gatos que cuidar y todo por tu culpa. Todo porque preferiste irte con tus amigos a jugar en vez de quedarte a verlo conmigo. El mejor pinche partido de Nueva York y ¡te lo perdiste! Te lo perdiste junto conmigo vale decir.
Ahora ya ni sé cómo llamarte. Escoger cuatro nombres distintos para los gatos. A lo mejor los llamaré con tu nombre, sólo para no olvidar. No olvidarme de hombres como tú que quieren agarrarse con una foto mía en pijama.
Y no sé, quizás al final termine regalándolos: cuatro gatos son demasiado. Quizá te dé uno a ti en tu cumpleaños si es que alguna vez te encuentro. Y si es que quieres aceptarlo. ¿Qué tan difícil podría ser darte un regalo? Probablemente bastante, o no sé, yo solo sé que no, no te dejaste agarrar. Ni ahora, ni antes, ni nunca después.
Me deshago de los cuatro gatos huraños que no se dejan agarrar tan fácilmente.
Fotografía: Ulya Kimaeva
Espuma de jabón, medias de oscuras, chilaquiles para la cena, cobijas suaves y de la magia verde. Odio las pasitas.