4 de Julio 2015

Ese día también llovió.
Había lodo en todo el camino.
Olía a tristeza. A dolor.
No quise ver tu rostro sino hasta el último momento cuando debías irte. Acerqué mi mano y con lágrimas te dije gracias.
Mi cuerpo era tan liviano que el aire me trataba como a una marioneta sedada por el dolor. No recuerdo ni la mitad del recorrido, solo que estaba agotada y que mis ojos parecían que jamás iban a secarse.

La garganta me dolía por no poder gritar el dolor que realmente me estaba consumiendo por dentro.

Hoy veo tu foto y estoy furiosa conmigo misma y la memoria. He olvidado tu olor y el sonido de tu voz, no puedo recordar el color de tus ojos ni como es tu risa. No puedo. ¿Dime si eso no es frustrante?

Los años han seguido su curso y trato de no culparme por no haber entrado ese día, por decir “espero a que sea mañana” sin saber que ese día te irías, así sin más.

No creo que estés enojado, se que siempre me quisiste demasiado y que estas agradecido por el tiempo que la vida nos permitió, por verme crecer y darme consejos.

Se que un día voy a entender porque sucedió de esta manera. Me daré cuenta de que no debí enojarme contigo por no esperar un poco más pero sé que fue así porque no querías que te viera sufrir porque tenía que ser fuerte por ellos, porque ellos se derrumbaron por todas partes. Debía estar para ellos, para ser el abrazo que todos esperábamos.

Quiero que el día que también tenga que partir lo haga viéndome, guiandome.
Se que estaré tranquila de verte y de pedirte perdón por olvidarte poco a poco mientras el mundo seguía su curso.

Aún el corazón se me hace pedacitos cuando en el templo escucho tu nombre seguido de la frase “a quien dios llamó a su encuentro hace 4 años.”

Fotografía por Stanley Bloom