No entiendo cómo puedo esperar algo, si aún no puedo nombrarlo.
El miedo y el repudio lo bloquean.
Suena el vapor de la cafetera y el olor a tostado a estas horas de la madrugada me avisan que será otra larga noche.
¿Estás ahí, cierto?
Comencé a escribir una nueva carta para ti, dejé pasar mucho tiempo sin hacerlo y sinceramente no debí parar nunca. No he dejado de pensar en ti por años y hoy solo guardo memorias que se transformaron en ilusiones temporales de una perfección que nunca estuvo.

Lo épico de los ideales terminan por abandonar toda esperanza, el camino hacia los zorros está más cerca y algunas películas terminaron por hacerse reales en mi cabeza, donde abrieron un espacio límbico entre el mundo oculto y real.
Ya no los puedo diferenciar, me llevan a lugares lejanos donde las tormentas y las coincidencias terminan por convertirse en ese bálsamo egocéntrico, casi diminuto; la ruta perfecta hacia la música de las esferas.

Algunos años atrás y aún muy despierto: los colores después de la lluvia, el sol de otoño a media tarde, el calor de una mirada sincera o el desafío de un caminar errante, se convertían en la sublimación de largas lejanías, un mar de conexiones en un sin fin de recovecos encendidos y delirantes.

Aparentemente el arcoíris después de la lluvia nunca llegó.
Quise mil veces y mil veces no estabas.
Despertar un día y saber qué todo fue un sueño, un largo trance que me llevaba lejos de ti, para comprender y no olvidar. Sigo contando con recuperarlo, pero sí observó fielmente los hechos, me doy cuenta tristemente que no hay vuelta atrás, no hay opción.
Otras veces pienso que solo es una ilusión mal dibujada en mi retina.

Sinceramente no sé porque debería creer en algo, la nada y sus nihilismos me parecen tan exaltantes, tan llenos de prosas, que casi lo veo venir, pero el sueño me agota.
Percibo el sol sobre las hojas de mi mesa y siento que el bourbon ya no me deja escribir.

Otra vez es muy tarde…