Mi boca estaba seca, la saliva era simplemente inexistente. Fui a la cocina con las piernas temblorosas, sentía que el corazón se me salía del pecho.
Tomé una taza, la taza de Germán, recordar su nombre me perturbó tanto que sin pensarlo la dejé caer, y así, sin importarme los pedazos de cerámica cortando las plantas mis pies caminé directo al fregadero para tomar agua.
Las lágrimas corrían por mi rostro, no podía dejar de pensar que Germán estaba tirado en la sala cubierto de ese líquido rojo en mis manos que me producía una sensación curiosamente pegajosa.
Mi esposo estaba muerto y por alguna razón me causaba más tranquilidad que dolor.
Once puñaladas limpias en su cuerpo, fruto de lo que cosechó esos once malditos años de matrimonio.
Cerré la llave y dejando un camino de huellas de sangre me dirigí a mi habitación para por fin descansar.
Fotografía por monkey.sapiens
Soy una estudiante de ingeniería decidida a seguir mis sueños y encontrar mi lugar en el mundo de la literatura.