Llevo tres semanas sin pisar la cocina de mi departamento.
Entre trastes sucios, servilletas con mocos, cucarachas bebés y un sin fin de cartas que lo único que traen son gastos innecesarios, encuentro un aguacate.
Aquel aguacate que compraste para mí la última vez que te vi ahí, con una camisa mía y un calzón viejo tuyo.
El aguacate ya se ve viejo, rancio, podrido, aplastado, maloliente, inquieto y muerto.
No quiero tirarlo a la basura, es el único recuerdo que tengo de ti.

Escribo, pero desde que ya no estoy triste y estoy enamorado, ya no escribo, aunque podría escribir sobre lo que siento, pero nunca he escrito del amor, pero podría intentarlo.