Luego de que cancelaran mi vuelo debido al mal clima, me senté en una de las grandes salas de espera del aeropuerto de Shangai.
No llevaba prisa, aquél viaje lo había hecho por motivos de placer, no de trabajo. De hecho, unas pocas semanas atrás, fui despedido de mi último empleo, pero la indemnización me había dejado con dinero suficiente para realizar un viaje antes de volver a México a buscar uno nuevo. Elegí Shangai porque me encantan las ciudades modernas, atestadas, incesantes, donde nada parece detenerse ni siquiera en el transcurso de la noche. Ciudades que, de alguna forma, me recuerdan a México.
Mi vuelo no saldría sino hasta el día siguiente, así que, luego de un rato de estar sentado sin hacer nada, comencé a deambular por el lugar en busca de algo para comer. Hallé un bar cafetería y me embutí un sandwich y un café. A pocos metros de donde me había sentado, un hombre comía un par de galletas saladas con catsup y mostaza. El hecho me hizo recordar una película, La terminal, con Tom Hanks en el papel de protagonista, en la que encarna a un hombre que se queda a vivir dentro de un famoso aeropuerto de Estados Unidos. Al ver con qué ganas el hombre comía su emparedado de galleta, no pude sino rememorar cuando Tom Hanks lleva a cabo la misma acción dentro del filme. Sentí algo de pena por el hombre, incluso me dieron ganas de convidarle de mi sandwich, pero tenía demasiada hambre para hacerlo.
Tendría que esperar quince horas para mi nuevo vuelo. Podía quedarme a dormir en el aeropuerto o ir a un hotel cercano. Opté por lo primero porque no tenía mucho sueño y siempre había querido ver qué ocurría en un aeropuerto por la noche. Algo me decía que aquellos sitios encerraban historias que merecía la pena contar y justo poco antes de ser despedido había iniciado un libro que todavía no sabía si iba a ser de relatos o una novela. Por extensión, siempre se sugería a los escritores primerizos iniciar con el cuento, pero mi ambición siempre había estado enfocada en escribir algo más sustancial. La poesía era un idioma aparte que yo, por cuestiones de salud, había dejado en paz mucho tiempo atrás.
Era alrededor de la medianoche cuando un hombre con el pelo larguísimo entró gritando a la sala en la que me encontraba, su aspecto recordaba al de un vagabundo o un naufrago. A mi mente vino el recuerdo del hombre que interpretaba Tom Hanks en la película Naufrago, que está tan afectado por la soledad que decide entablar conversación con un balón de voleibol cuyo rostro -una mancha de sangre- permanece inmóvil y sonriente. El hombre gritaba en un idioma que me era difícil identificar. Ciertamente, no era tan diferente de Tom Hanks en el papel de naufrago, o tal vez una parte de mí deseaba tanto que se pareciera a él que montó el rostro del actor sobre el de la persona. Poco después, unos policías se lo llevaron y me dejaron solo de nuevo. Aquí el verdadero naufrago soy yo, pensé sonriendo.
Apenas regresé a mi casa, puse una hoja nueva en la máquina de escribir y me puse a redactar esto. Todavía no sé qué sea -probablemente una anécdota, tal vez ni siquiera un relato y definitivamente no un poema-, pero me siento inspirado. El desempleo me ha llevado a mirar documentales todo el día, a fin de intentar darle información a mi mente, cuerpo a mi escritura. El último documental que vi hablaba, justamente, sobre las máquinas de escribir. No podía creer que uno de los invitados a hablar sobre el tema era, precisamente, el maldito Tom Hanks. Es eso o últimamente, por razones que desconozco, todo me recuerda al actor.
Fotografía: Dennis Schnieber
(1990- ¿?). Gestor cultural, bibliómano y colaborador constante de publicaciones digitales.