Sara la Estatua era la perla del Club Osiris. El relumbrón más descarnado y sísmico del local. El caramelo necesario para cualquier noche de tos. Un arrebatador piojal de curvas dueño de todos los espasmos de la clientela. La gran rubia.

Por aquellos años el Club Osiris era el night club más afamado de la N-630, y Sara, su travesti mejor dotado. Por eso andaba mosqueado con su buena racha, siempre al linquindoi, como mirando de reojo, como desconfiado. Y es que nada le había salido demasiado bien nunca. Era un gran perdedor, uno de los mejores.

Cuando su novio Mamadou se largó para casarse en Senegal, Sara no pudo más; se metió en el cuarto, se bebió cuatro chapitas de DYC y se clavó un disparo. Con el mamoneo del ruido, todas las chicas corrieron a ver; en el pasillo lloraban abrazadas y casi no dejaban sitio para que el gerente pasara. Con un único vistazo pudo comprobar que estaba sin conocimiento pero que no era tan grave. La bala había salido rompiendo solo músculos. Mandó llamar a un médico.

En la radio, sobre la mesita de noche, sonaba Nada te sale bien, mi vida, nada te sale bien, de los Hermanos Araujo.

Fotografía por Martin Canova