Resaca de la realidad

Después de una noche de vampirismo, presenciar un choque violento entre una ambulancia y un jetta rojo: la sangre, el humo, el ruido, el caos; es la mejor forma de amanecer, la mejor forma de despertar, despertar de verdad, caer en cuenta que se viene al mundo estando solo, que se tiene que reír para sobrevivir.

No hay nada más hipócrita que fingir risas energúmenas mientras por dentro se llora tirado al suelo.

Nada más falso que sentirte acompañado cuando sólo existes solo.

Estamos caminando sobre recuerdos de un pasado lodoso que nos cuesta trabajo admitir. Admitir que paseamos todos los días a la soledad que se aferra con sus colmillos de nuestro cuello hasta desgarrarlo por completo.

La clase de soledad que no se va ni aun estando rodeado de gente, ni consiguiendo decenas de “amigos” disfrazados de alcohol y drogas que corren y corren y suben por tus hombros e intentan llegar hasta arriba, tocar las nubes con sus dedos y luego caen suaves al amanecer, al despertar.

Estamos tan solos,

Deambulando entre maniquíes desnudos, esclavos de una pantalla táctil, mendigando dos segundos de atención en una página de perfil, suplicantes por una ligera dosis de aceptación. Creando bitácoras permanentes de nuestras vidas, viajando por el planeta a través de cables y antenas. Haciendo performances innecesarios por internet evangelizando que ser idiota es lo mejor, lo correcto, lo más divertido, lo que te dará lo que siempre has querido: quince minutos de fama viral a cambio de tu orgullo y dignidad.

Qué desnudo me siento, qué desnudo y solo y contradictorio me siento, hablando contra la generación a la que pertenezco, qué jodido.

Más jodido que seguir solos,

Caminando hacia donde nadie logra llegar,

Ni con todos esos “amigos”,

Ni con todas esas píldoras,

Ni con todos esos cigarrillos,

Ni con toda esa falsa publicidad motivacional de color rojo,

Sólo caminando solos, bailando al beat de la melodía de nuestro funeral con nuestros “amigos”, jalando el gatillo, tirando a matar, despidiéndonos sin decir adiós, caminando hacia lo único seguro:

nuestro infierno; al menos ahí estaremos mejor acompañados.

Fotografía por Martin Canova