Bailar, contigo, contigo dice la canción y no pienso más que en eso.
Es de lo más extraño, pero tu sonrisa no lo es. Y tu mirada fija a donde sea. A veces quisiera
ser donde sea. Qué risa preciosa. Qué humor y encanto tienes en toda de ti. Mejor canción no
puedo escuchar ahora. Sobresales, y no hablo del color amarillento de tu playera, ni de tu cabello
ni de nada más que tú. Tus dedos tocando tu rostro. Escuchar tu relación con tu mamá. Verte entornar
tus manos para sostener tu rostro. Verte hablar, gesticular tus labios: paracen grandes puertas
que dan al cielo. Verte de nuevo. Cómo ansío la próxima semana en que te podré ver de nuevo.
Fotografía: Cristina Rizzi Guelfi
Nunca aprendí a bordar, jamás me alcanzó el talento para tocar el piano, no imaginé siquiera la manera de liarme con la ingeniería, no sabría administrar una empresa, ni obedecer a mi partido o a mi jefe, no se me ocurre cómo salvar la ecología y sé de medicina lo que mi ansia de médico me ha enseñado a leer el vendemécum. No he podido jamás memorizar dos renglones de una ley, no sabría llevar las cuentas de una tienda, ni soy capaz de vender un paraguas en mitad de un aguacero. No me quejo de todas mis carencias, escribir es un oficio que enmienda casi cualquier mal.
[Me siento sumamente identificado con este pequeño párrafo del ensayo “Sabor a novela” de Ángeles Mastretta]