Mañanas de Febrero

Entre el frío y el calor me encuentro.

Cerrar los ojos, levantarlos hacia el cielo y dejar que el sol atraviese los párpados para  pintar de rojo el interior.

Caminar por las calles sin rumbo fijo con la mente divagando, pero siempre presente tú.

El calor que nos golpea, la primavera que amenaza con llegar.

El tic tac del reloj es fuerte y lento, parece eterno cada segundo, así pasa el tiempo cuando no estas.

La música que suena en los audífonos me hace imaginar que vas al lado del camino.

Contemplo la enormidad de los edificios que me rodean sin saber que busco en ellos; subo a la torre más alta y admiro a la ciudad que nos ha visto reír, llorar y bailar.

Dejo que el viento me despeine y juegue con mi vestido.

En lo alto, tengo la mirada fija pero perdida. No puedo concentrarme en nada.

Un sentimiento extraño me toca y recorre cada milímetro de mi piel.

Vuelve cuando no estas.
Me susurra que te has ido y no volverás.

Personas pasan a un lado y detrás de mi pero aun así, estoy sola.

Deseo. Deseo que llueva.
Deseo gritar. Deseo darte un beso.

¿Donde estás? ¿Por qué no vienes? ¿Por qué no llamas? Responde.

El cielo pierde el tono azul, se pone cálido. Tras unas horas, el día se rinde, se entrega para pintarse de anaranjado hasta prácticamente quedar oscuro. Momento que siempre me ha parecido tan maravilloso igual que estar entre tus brazos. Me da calma.

Voy a gritar.
Ya no puedo. Te quiero.

No quiero, no. Ya no seguiré esta rutina de extrañarte, ya han pasado días que el silencio acompaña, cobija y destapa.

Me ahogo.
No me gustan las noches. Sueño con tu cara, escucho tu voz pero no puedo tocarte. Es una pesadilla.

Aquí voy. Lo sabes. Lo haremos. Si.

Déjame vivir más mañanas bajo tus sábanas, ahí donde me siento segura, donde no hay errores y nada duele. Donde rio y quiero pertenecer hasta donde la vida me dé. Ahí, donde tu me quieres.

 

Fotografía: Justin Vogel