Le sonreí pero no quería enamorarla. Le sonreí por casualidad, no me fueran a ver, tenía que disimular ese momento en el que mis manos, debajo de la mesa, tomaban una de esas galletas grandes, chisposas y confitadas.
Le sonreí y sin quererlo, ella sintió mi mirada. Sólo pasaba por ahí, como cualquier tarde buscaba, la ciudad a su pies y la luz de la ventana. Pero cuando volteaba, en su lugar encontró mi mirada disimulada.
Entonces, casi sin quererlo y por instinto me sonrió de vuelta. Y mantuvo ahí sus ojos con los míos, hasta que salió del cuadro del atardecer, un poco desorientada.
Fue a sentarse, a desbloquearse, a desenamorarse.
Fue apenas ese un gustoso instante en el que sintió muy muy plácidamente su corazón palpitante.
Fotografía por Sakis Dazanis
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