Julieta, tan conmovedora. Empieza la obra y de pronto ya me encuentro envuelta en su mundo, en sus gestos traviesos, en sus guiños de complicidad, en su singular rutina tan llena de ella, de su esencia.

A mí Julieta me compartió un pedacito de su intimidad, me cautivó con su ternura y con su peculiar sentido del humor. Un día se tropieza con su propia rutina, otro día baila y es coqueta, otro día son los recuerdos tocando a su ventana. Ella se acompaña de una gallinita y parece feliz.  

En su vejez ella es una niña curiosa que se sigue sorprendiendo, que se ríe porque sí. 

Esta obra me recuerda las rarezas, las peculiaridades y los matices de lo que es vivir siendo un humano, pero sobre todo la belleza imperceptible que hay en la esencia de serlo.

Fotografía por Emmanuel Burriel