Cometía errores como cualquier otra persona a sus 22 años. Completamente urbano destruía más de lo que podía construir. Bebía, reía, callaba y mentía como ser humano, todo lo demás era optativo. De cualquier forma, era igual a ti. Solo que un poco más en todo y menos de lo que te puedas imaginar.
Tuvo la vida material que nunca quiso y la cambio por lo inmaterial que jamás deseo pues no había mucho para elegir pero siempre tubo la certeza de poder hacer absolutamente cualquier cosa. Era libre. Vivía. Con sangre que le hervía, de conocer, de aprender cuanto fuese posible para no sentir romper su espíritu por la incertidumbre. Que siempre le hizo sentir un vació aún cuando pensaba que lo tenía lleno.
No sabía para donde huir, simplemente huía. Algo siempre había estado a punto de alcanzarle, por eso corre. Se comprometió con los descompromisos, no sabía qué y para qué experimentaba y no estaba satisfecho de sus propios resultados, era presa del mundo que le decía que ser y qué hacer. Todos los que le rodeaban no eran los únicos que tenían embajada en su toma de decisiones.
Solamente decía si o decía no, porque se lo preguntaban. Sin pensar demasiado en lo que pensaba. Sin sentidos: Su oído sangraba de tanto que procesar. El olfato ya no soportaba los mismos impactos. El gusto apenas y se quejaba ya. Los ojos mudos se quedaron y el tacto olvido aquel cuerpo.
Cometía errores como cualquier persona de 22 años y cada día que pasaba, se hacía algo tan común, tan normal. Seguía esperando abrir sus alas.No sabia que las rotas.
Fotografía: Gediminas Jankevicius