Entrevista con el Embajador Ruso Eduard Malayán

Dejándonos de divagaciones, deseo preguntarles qué prefieren: ¿el camino lento de escribir novelas sociales, y predeterminar desde una oficina el futuro de la humanidad, su papel para dentro de mil años (…) o, por el contrario, prefieren una decisión rápida, sea cual fuere, pero que en definitiva desatará las manos de la humanidad, ofreciéndole el campo libre para estructurarse como una nueva sociedad y no sobre el papel?”. Vladimir Ilich Lenin

Logré entender el comportamiento de las personas a mi alrededor, aprender de ellos, deducir el origen emocional de sus palabras, la consecuencia de sus actos. Pero para adquirir esos conocimientos tuve que dejarlos avanzar en varias ocasiones más allá de lo tolerable, guardar silencio, observar para relacionar señalamientos, conductas reiterativas, vivencias que al final me impulsarían a realizar mi entrevista con el embajador ruso, Eduard Malayán.

Explico lo anterior: Javier, Juan y el Rupert fueron los colegas más leales y sinceros de quienes me acompañaron en esos meses de intenso surrealismo mexicano. (Armando se mantuvo al margen y Sandy sólo se rió cuando le hablé del tema). Ellos se embriagaron conmigo en los bares y algo curioso fue que, al igual que las demás personas a mi alrededor prefirieron (y aún prefieren) fingir no saber demasiado sobre mi espontanea popularidad en internet que desembocó en un comportamiento peculiar de la sociedad hacia mí en cantinas, parques, museos, restaurantes, universidades y en toda clase de lugares públicos imaginables. Puedo decir que ellos tres son mis verdaderos amigos. Esa triada, consciente de la intervención electrónica a mi celular, decidió participar estoica conmigo en las conversaciones por messenger que se hicieron públicas de manera indiscriminada hacia otros celulares. Ellos también se divirtieron por igual con las fotos o videos que me tomaban en la calle, en el metro, en el autobús, etc. Ellos tres se mantuvieron lo más firmes que pudieron a mi lado, porque sin duda también trastabillaron.

Edgar, mecánico y cizañoso, aprovechó con premeditación ese peculiar momento de mi vida en el que fui el centro de atención de algunas personas, para desahogar sus severos enfados interiores, las ansias de humillar y sobajar al cercano amigo que soy, o que fui. Algo importante que debía de ocurrir para logar confirmar la creciente necesidad de Lira por enaltecerse así mismo de la manera más triste posible, o sea, buscando degradar a otro.

Por esos días de popularidad, consentí que Rocío me colocara entre animales de carga (sus amigos, no Rocío) que con toda mala intención buscaron provocarme y subyugarme en una absurda posada sin piñatas ni ponche, en aquella estupenda noche de feria en las calles de la delegación Cuauhtémoc. (Algo similar a lo que intentaron hacer el Pifas y el Ayax en el departamento del Gnomo en Santa María la Rivera).

Teresa, siempre torpe y llana, fingiendo algo que nunca será, es decir; fiel, noble y sincera, se humillaría al participar de manera voluntaria en un grupo de calumnias y chismes por internet, el cual de forma penosa, utilizaría hasta nuestras conversaciones personales.

Mi primo Giovanni, enterado de los acontecimientos sociales a mi alrededor, fue quien me convenció que fuera a Juchitán de Zaragoza en Oaxaca con un grupo de ignorantes que soporté por más horas de las que merecían, él es demasiado inocente y amigable como para reclamarle algo.

Grupo Rodrigo Porrúa, bueno, no quiero hablar de Porrúa.

Andrea, sin embargo, siempre amable, tierna y cariñosa conmigo, cándida y atractiva como un suave aroma a canela, ella se deslindó de cualquier comportamiento y comentario insulso para acompañarme al cine a ver Coco, recomendarme la genial serie de dibujos animados Rick and Morty, conversar conmigo de lo mucho que nos gusta Bojack Horseman y Mushishi. Lo más divertido fue salir a reírme con ella de muchas de las pésimas piezas expuestas en la quinta edición de la Feria de Arte Material llevada a cabo en el recién remodelado Frontón México, el ahora hermoso edificio de fachada carmesí ubicado a un costado del Monumento a la Revolución en la ciudad de México.

En el transcurso del tiempo en el que fui espiado, se fueron gestando mis fans, mis queridos fans que se la pasaron observando mi Facebook, mi laptop, o mi instagram, tanto de día como de noche (algunos de ellos todavía lo hacen). Mis amados paparazzis los cuales se extendieron hasta las bellas playas de Huatulco utilizando las cámaras de sus celulares para fotografiarme en calzones mientras estaba bronceándome, incluyendo en ese club de seguidores no sólo a mis hermanos connacionales, sino también a dos o tres gringos metiches que andaban turisteando por ahí, y a una que otra canadiense y argentina. Ellos y ellas crearon un espejo social en el cual conseguí reflejarme para lograr entenderme mejor a mí mismo y ver cuál ha sido mi postura con respecto a la humanidad y a las acciones que llevo a cabo día con día.

Hubo chicas dedicadas al comercio que malinterpretaron de forma intencional mis palabras y mis actos, jovencitas amantes de las palomitas de maíz que llegaron a calificarme de gay y después de mujeriego semental, de violador y suicida. Hubo licenciadas y estudiantes que se enamoraron de un Rock Star, locutores que me encasillaron como borracho escandaloso, oficinistas y curadores de arte que gritaron “Rodrigo está solo” porque leyeron un viejo diario de hace más de dos años, y hasta amigos del servicio de la limpieza que junto a varios doctores me tildaron de intelectual de biblioteca. Los desempleados de esta década junto con las policías que me detuvieron en el Hemiciclo a Juárez, todos ellos y ellas fueron parte de este gran show que es el teatro de la vida.

Conseguí entonces confirmar varias lecciones de estas recientes experiencias.

Una; no hay duda, la vida se trata de “el hombre por el hombre”.

Dos; familiares, amigos y desconocidos me destruyeron y construyeron en un solo día.

Tres; el último paso para convertirse en escritor es confrontarse con la sociedad.

Cuatro; no mienten cuando dicen que en México la gran mayoría de las personas buscan la degradación de las otras personas en lugar de ayudarlas.

Cinco; haber estudiado letras en la Coordinación Nacional de Literatura me abrió y cerró muchas puertas, tanto en mi mente, como en la sociedad.

Seis; las personas no se preocupan por diferenciar lo que es verdad de lo que es mentira, ven lo que quieren ver.

Siete; la población no está relacionada con los tiempos del proceso y la creación artística, los considera ociosos, si es que acaso los considera.

Ocho; las personas iletradas son las que más hablan de forma irreflexiva y mecánica, así tengan un doctorado honoris causa.

Nueve; saber priorizar lo colectivo ante lo individual es indispensable, importa más; el grupo tiene mayor margen de movimiento e influencia que el individuo, para bien, o para mal.

Diez; las personas prefieren ser espectadores que creadores, se preocupan más por las expresiones y actos de los demás que por reflexionar en su propio comportamiento.

Once; casi el cien por ciento de los mexicanos viven bajo una conducta de simulación, tanto en sus palabras como en sus actos. Este comportamiento dañino tiene como uno de sus máximos exponentes a Ricardo Anaya, citaré uno de sus memorables discursos demagógicos por ejemplo: “Licenciado Enrique Peña Nieto, Congreso de la Unión, en tan sólo unos meses logramos las reformas que habían sido postergadas por décadas, telecomunicaciones, reforma educativa, reforma financiera, política electoral y por supuesto la reforma energética, yo no tengo duda, y ustedes tampoco deben tenerla, vienen tiempos mejores para nuestro país, y la historia sólo confirmara que hicimos lo correcto cuando la reforma energética se traduzca de manera concreta en inversión productiva, crecimiento económico, generación de empleos, soberanía energética, y disminución en el precio de los combustibles, empezando con el precio de la luz. Porque el futuro le pertenece a los que se atreven a cambiar, y en estas extraordinarias fechas de convivencia con la familia, podremos mirar a nuestros hijos a los ojos con plenitud interior, con la plenitud que da el deber cumplido; muchas felicidades y que viva México”. Recordemos que “en la edición 2153 del 4 de febrero, la Revista?Proceso?dio a conocer que el aspirante presidencial creó en Querétaro una fundación que, en lugar de cumplir su objetivo social de ‘fortalecer la conciencia democrática de los queretanos y su formación cívico-política’, fue usada por él para hacer un millonario negocio inmobiliario con constructores amigos, mediante un complejo esquema de triangulación y encubrimiento de operaciones financieras” o sea, lavado de dinero. Anaya miente como respira, por eso lo pongo como ejemplo de esa habitual patología a la que nos hemos acostumbrado los mexicanos desde hace décadas, la hipocresía, la doble moral, la mísera forma de vivir donde también se encuentra bien ubicado José Antonio Meade.

Me pareció interesante ver que vecinos, ex alumnos y extraños decidieron convertirme en una mercancía de entretenimiento soso y vulgar en un momento nacional de importante envergadura. Como dijo Andrés Manuel: “No conviene distraernos con mezquindades, lo importante ahora es la transformación de México”. Es fundamental identificar a los mentirosos, señalar a los mendaces detractores como el poeta Efraín Bartolomé que junto al novelista Mario Vargas Llosa han declarado estar de parte de los opresores.

Fue entonces, a partir de estos acontecimientos y reflexiones en mi vida que se renovó mi espíritu con la intención de realizar una entrevista significativa para la sociedad; en esta ocasión fue una entrevista de carácter político, con el embajador ruso Eduard Malayán.

Logré, vía correo electrónico, acordar mi cita en la calle Maestro José Vasconcelos 204, Hipódromo Condesa, Delegación Cuauhtémoc, para entrevistarme con el representante de una nación que pasó de tener una población ochenta por ciento campesina a principios del 1917, a ser la primera potencia mundial humana en ciencia y deporte a finales de ese mismo siglo. La entrevista se programó para las diez de la mañana del día veintiuno de febrero del dos mil dieciocho, entrevista a la que llegué con puntualidad.

Cuando me presenté con el oficial encargado de custodiar la puerta exterior de la residencia oficial rusa y se anunció mi presencia a la recepción interna de la embajada por un intercomunicador, coincidí con la salida de un trabajador mexicano que por las siglas bordadas en uno de los parches que tenía cosido en su camisa de corte militar a la altura de su pecho, era miembro de la Secretaria de la Defensa Nacional. Un par de minutos después de ser notificada mi presencia, se abrió la puerta exterior del edificio. Al ingresar fui recibido por un joven ruso que se presentó como Secretario de Cultura y que con seguridad era un agente perteneciente al departamento del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia ya que fue el encargado de revisarme y autorizar mi acceso definitivo a la embajada.

Puedo aseverar dos actos premeditados por parte del agente del Servicio de Inteligencia Exterior.

El primero, correspondiente a su formación táctica, es que estrechó mi mano con un ligero exceso de fuerza cuando nos saludamos, acción que correspondí de inmediato. El segundo, propio de la fuerza de su carácter; fue que me miró fijamente y con rigor cada segundo que estuvo cerca de mí y hasta que comencé a caminar guiado por el Secretario de Cultura a una sala adecuada al propio carácter y extensión del territorio ruso.

Era un lugar amplio de paredes altas y claras donde un espejo ovalado de poco más de tres metros en su vertical y de unos dos metros de ancho en su máxima horizontal era una clara analogía al temple e historia rusa que sin duda demostró tener el embajador cuando comencé a platicar con él. Ese hermoso espejo de marco dorado combinaba con un bello juego de sala y con las sillas de igual pulcritud blanca con bastidor también de color dorado.

Ver entrar al embajador a la sala donde lo estaba esperando fue muy agradable para mí. Yo había generado por mis lecturas de historia, política y literatura una amplia curiosidad hacia el pueblo ruso. Así que tener la oportunidad de ratificar mis conocimientos con un representante diplomático de la nación que dio al mundo al feroz ejército rojo, fue para mí algo muy grato.

Pero he de aclarar que el principio de nuestra conversación fue de forma disonante. Justo después de saludarme y sentarse frente a mí, el embajador me preguntó de manera presuntuosa y directa:

—¿Cuál es tu interés en mí?

Hizo esta pregunta en ruso, al igual que muchas otras expresiones las cuales fueron traducidas por el Secretario de Cultura quien muy amablemente nos acompañó a tomar una taza de café durante la entrevista.

—Sería un error de mi parte deslindar las relaciones político-económicas de las producciones artísticas, sería una irresponsabilidad. Omitir en mi libro de entrevistas la influencia de la estructura oligárquica en la vida de los individuos, y por lo tanto en su producción artística, sería un lujo que no puede ser.

—Yo no creo que sea así. La política está alejada de la creación artística, tiene otras finalidades e intereses, no interactúan.

—Yo creo que sí; el realismo socialista es un buen ejemplo.

El embajador no refutó mi aseveración y comenzó explicarme lo siguiente.

—El realismo socialista fue una imposición determinada por el estado para llevar a cabo la unificación de las diversas expresiones artísticas bajo la ideología política del partido. Las instituciones se encargaban de implementar una tendencia filosófica en las expresiones artísticas. Se creó la fundación de escritores partidarios del estado… de cualquier manera, eso se acabó en mil novecientos noventa y uno, ahora hay que concursar para obtener becas y premios culturales como en cualquier otro país. Pero te comento, aun no entiendo, ¿qué quieres de mí?

—Conversar, le reitero, realizar una conjunción política, económica y cultural por medio de una conversación.

—Hablas en general; si no tienes una pregunta en específico que hacerme voy a tener que retirarme.

—Estoy respondiendo a su pregunta, yo aún no he generado ninguna. Si me permite, me gustaría saber cómo fue crecer en la Unión Soviética, ¿cuál fue la expresión artística que más estaba difundida en su país en aquella época?

Noté que el embajador respondió a mi pregunta sin mucho interés.

—El teatro, había muchas representaciones teatrales en la ciudad, salíamos de la escuela para hacer nuestras tareas en casa, después, por las tardes, asistíamos a ver las obras de teatro que se producían de forma local.

—¿Recuerda algún escritor, cineasta o película que le interesara mucho en sus años de formación en la Unión Soviética?

—Sí, pero no evocarían nada en ti, podría decirte varios nombres de diversos poetas pero no reconocerías ninguno.

—Rusia le ha dado a la humanidad grandes escritores, Gogol, Korolenko, Turguénev, Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, Tolstói…

—Escritores del siglo diecinueve, todos ellos muy buenos. Pero lo mismo podemos decir de Shakespeare o de Cervantes, cada uno supo expresar al ser humano en su periodo.

Me sorprendió que el embajador tuviera una noción tan puntual de la literatura.

 —Sí, pero en este caso me interesaría conversar sobre los escritores rusos de los que yo he podido aprender mucho.

—Te puedo decir que Tolstoi estaba prohibido durante el zarismo, perdón, durante la URSS; hasta que firmamos el tratado con Estados Unidos comenzó a difundirse de nuevo su trabajo.

—La perestroika.

—Firmamos creyendo algo…

El embajador no terminó su oración, pero su expresión corporal me dio a entender que se sentía decepcionado por lo que sucedió en su país a partir de la perestroika. Recordé una frase que se atribuyó quizá de forma equivocada al ex presidente estadounidense Ronald Reagan, “No voy a detenerme hasta no ver un McDonald’s en la Plaza Roja”.

—…Hubo varias películas, el cine soviético era muy bueno, era crítico. Recuerdo una: Soldado Catorce.

—Esa película debió ser de gran importancia para su formación ya que la recuerda después de tantos años. En el título se menciona la palabra soldado, ¿tiene usted algún recuerdo de la guerra?

En este punto comenzó el verdadero interés del embajador en nuestra conversación, tomó un sorbo de café, me invitó con un gesto de su mano derecha a que yo también tomara un sorbo de café de mi taza, se acomodó en la silla de manera más erguida y empezó a platicar con entusiasmo.

—Sí, mi generación tiene muy presente la guerra, algo que ustedes no conocen. Nos entregaban en la escuela de educación básica distinciones con el rostro de nuestros generales para que las portáramos en la playera. Nos hacían sentir muy orgullosos.

Recordé un párrafo del genial libro El Imperio que fue escrito por el legendario coronista Ryszard?Kapuscinski. “‘Niños’, dijo el maestro con una voz que recordaba el sonido de madera hueca, ‘estos son vuestros líderes’. Eran nueve, se llamaban Andréiv, Voroshílov, Zhdánov, Kaganóvick, Kalinin, Mikoián, Mólotov, Jruschov y el noveno prócer era Stalin. La insignia con su retrato era dos veces más grande que las demás. Pero eso nos resultaba comprensible. El señor que ha escrito un libro tan gordo como Vprosy leninisma, con el cual aprendimos a leer, debía tener una insignia más grande que los otros”. No quise preguntarle nada sobre las purgas humanas que realizaron Stalin y Gorbachov por aquellos años, las que con seguridad vivió.

Deduje entonces.

—La Segunda Guerra Mundial que los estadounidenses dicen que ganaron, pero en realidad fueron ustedes los que detuvieron a los alemanes.

—Ver a mi familia separada, afligida, llorando por los hermanos, primos, o tíos que nunca regresaron es un profundo sentimiento de tristeza; te puedo decir que mi generación jamás lo olvidará, quizá las nuevas generaciones estén más alejadas de esos recuerdos, pero la mía no.

El embajador hizo una pausa y después dijo por cortesía:

»En realidad ustedes también conocen algo de esas experiencias, pero de forma diferente, los niños héroes de Chapultepec, la batalla de Puebla contra los franceses.

—La OTAN se creó después de la Segunda Guerra Mundial para frenar el avance de la Unión Soviética hacia los países aledaños, Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán.

Esa afirmación de mi parte llevó al embajador a pronunciar en español la siguiente pregunta:

—¿Cómo sabes eso, naciste en Rusia?

Exhalé una pequeña carcajada al escuchar su cuestionamiento.

—No, pero he leído un poco.

Regresó el embajador a su idioma natal.

—Sí, la Organización del Tratado del Atlántico Norte fue propuesta por Washington como un sistema colectivo de “defensa” para detener la expansión del socialismo.

—Sí, lo sé.

El embajador notó en mí cierto conocimiento de la historia, filosofía y cultura de país. Algo que lo llevaría a sentirse en confianza conmigo para conversar más adelante con mayor libertad.

—Hablando un poco de geopolítica, embajador, usted se encuentra en una posición estratégica para su país, está usted en México, cerca de la nación más poderosa del mundo, su puesto es muy importante para su país a nivel mundial…

Aquí, con clara astucia, el embajador interrumpió lo que sería la introducción de mi próxima pregunta sobre su trabajo. Distrajo mi atención al comenzar a conversar conmigo en español. No me permitió decirle: ”Usted tiene entre sus deberes redactar puntuales informes sobre la situación política, económica y social en México, quiénes son sus principales empresarios, la filosofía con la que los militares guían sus acciones y cómo van cambiando las relaciones pueblo-gobierno en mi nación, el Kremlin debe estar bien informado. Necesitan saber cuáles serían las mejores alianzas con gobernadores mexicanos en caso de una guerra comercial con Estados Unidos, además de tener datos que les permitan planear accesos terrestres, marítimos y aéreos hacia el vecino del norte a través de México, en caso de una guerra”.

—En geopolítica, ¿sabes qué hizo Barack Obama, premio nobel de la paz?

Nuestro intermediario reaccionó sorprendido porque el embajador comenzó a platicar en castellano y de forma directa conmigo.

—Dejó la guerra en el oriente.

—Colocó fuerzas armadas en Afganistán, Irak, Siria, Libia y Pakistán hasta el fin de su mandato. Obama es el presidente que más ha prolongado y diseminado la guerra. Recordemos que fue un mandato de ocho años.

El embajador hizo una breve pausa y después dijo:

—¿Sabes porque tomamos Crimea?

Volteé sorprendido a ver al embajador, pues de forma voluntaria decidió conversar sobre un conflicto bélico en el cual su país fue muy criticado a nivel mundial. Él se dio cuenta de mi sorpresa y dijo:

»No hay problema, esta información es de conocimiento general. Los europeos nos estaban cercando de manera militar, teníamos que defendernos, somos una nación fuerte, no teníamos otra opción.

Exhalé una nueva carcajada ya que el tono de voz con que lo dijo y las expresiones corporales que utilizó para decir lo anterior fueron muy coloquiales y amistosas. Fue como haberlo escuchado decir: “Wey, pinches europeos nos estaban cercando cabrón, no teníamos de ostra”.

—Hace algunas semanas se dio la noticia en México de que Rusia poseía un submarino capaz de lanzar un torpedo con una ojiva nuclear más poderosa que la bomba del Zar. Mi pregunta es: ¿por qué crear un arma tan destructiva, un arma que se dice es capaz de generar un tsunami si se explota cerca de una costa?

De nuevo el embajador desvió el tema de mi pregunta.

—Hay un tratado de no proliferación de armas nucleares para priorizar el dialogo.

—Pero ese tratado paradójico impide que otras naciones generen el armamento nuclear que necesitan para defenderse de posibles invasiones, limita la investigación tecnológica de un país y sin embargo Rusia continúa generando armamentos nucleares. Sólo que mi pregunta fue: ¿por qué crear un arma tan destructiva?

—No tenía información sobre la bomba que mencionas. Me estoy enterando por ti.

Bebí un sorbo de café de mi tasa y después expliqué:

—La revista Proceso, en una edición actual, menciona que de nuevo se está llevando una carrera armamentista nuclear entre su nación y Estados Unidos. Si usted conoce de forma personal las tragedias de la guerra, ¿no cree que debería refutar esta escalada nuclear en su país?

—No tenemos otra opción. ¿Sabes de cuánto es el gasto militar estadounidense? Tú debes de saberlo.

—No tengo el dato exacto, pero sé que es mucho menor el gasto militar ruso.

—Setecientos mil millones de dólares, ¡es un gasto enorme! Nosotros nos armamos para defendernos, no tenemos otra alternativa, pero cada decisión que tomamos lo hacemos pensando en el bienestar humano.

El embajador comenzó a sentirse presionado por mí y me dijo:

—Una pregunta más y terminamos la entrevista.

—Ese tratado de no proliferación de armas limita en su desarrollo a todas las naciones que no han generado esa tecnología, es injusto y es necesario eliminarlo. Por ejemplo, Corea del Norte requiere el armamento nuclear para tener una defensa contra las demás naciones como Japón o Corea del Sur que a veces lo amenazan. ¿Se detendrá Corea del Norte en su constante desarrollo armamentístico por el tratado de no proliferación de armas nucleares?

—Esa pregunta es muy fácil de responder.

El embajador emuló en su respuesta a Vladimir Putin cuando en una conferencia de prensa muy difundida un reportero le preguntó al nuevo Zar Ruso algo similar a lo que yo le pregunté al embajador.

—Estados Unidos y Corea del Sur hacen ensayos militares cada año muy cerca de las aguas territoriales de Corea del Norte, ellos no se van a detener en su desarrollo armamentístico hasta sentirse seguros.

Estaba a punto de formularle otra pregunta al embajador pero ya no me lo permitió.

—Dije una pregunta más y ya. Lo siento, ya tengo tiempo, tengo que irme.

Yo quería hablar sobre las próximas elecciones rusas, sobre el nuevo Zar de Rusia, Vladimir Putin y sus hackers, pero el embajador no me lo permitió.

Nos pusimos de pie para volvernos a saludar de forma muy cordial, tomamos unas fotos para el recuerdo y nos agradecimos mutuamente por el tiempo que habíamos compartido.

Al final de ese movimiento dialectico de experiencias, cuando me encontraba despidiéndome del Secretario de Cultura en la puerta exterior de la embajada sentí que mi espíritu, cuerpo y mente se habían enriquecido de una forma cuantitativa y cualitativa al haberme confrontado a mí mismo y a la sociedad.

Fotografía por Alison Scarpulla