Desde la primera vez fui dejándome contigo.

Tu descaro ante el desnudo te hacía el Adán perfecto.
Me encandilé como quinceañera ante ti.
Tu mueca torcida imitando mi sonrisa me volvió mansita.

Los recuerdos antes de ti quedaron nebulosos y opacos, no sirven nombres, ni caras sí sólo me hacen añorarte más.

Sabía quién eras, un cabrón que me hizo el favor. Sabía que el vacío al irte era un atrevimiento.

Pero qué quieres que haga, creí tener amor para los dos.
Cuando mi libido no respondió después, tome eso como señal para buscarte, para reclamarte como mío porque yo ya era tuya.

La chamaca melosa que llegó a tu puerta, desapareció cuando supe que me esperabas. Ese peregrinaje de identidad concluyó cuando tu cama, se convirtió en mi cama. Allí fuimos jóvenes bravos, tú parrandero taimado y yo paciente golondrina.

Me abrazo el alma cuando recuerdo nuestras intermitencias, nuestra sonoridad, los estragos que gocé, las estampidas, era un coger bravo. Nos dejamos pronto, y eso me está cagando la vida.

Tus buenos sentimientos acabaron todo. Volví a la soledad; tan dolorosa, como cotidiana. No confundas cariño; fuiste cobarde, no salvador.

Cuando la luz está apagada busco tu figura inexistente en la oscuridad, pero es un consuelo que a mis años, no sirve.

Xavier, quiero estar desnuda para ti, como antes. Te quiero sin ropa, con ganas y a domicilio.

Fotografía: Laurencja Zurek