Me pude ver enamorándome de ti. No en ese pedo de rosas y flores, y cajas de chocolates, ni siquiera mariposas en el estómago de nervios o de anticipación por un beso, o por el prospecto de mudarnos, vivir juntos y envejecer. Cuando pienso en ti, pienso en un deseo infinito; un agujero enorme, si quieres: uno que no puede ser parchado con tan solo saber que hay un juego final, que estás destinado a algún lugar, que no estaré en la soledad. 

Me veo (y me he visto) en la cama, observando cómo la luz rebota sobre tu piel y sintiendo celos porque nunca tendré la misma conexión que tiene el sol contigo. No creo poder tomar el amor como lo que la gente siempre nos ha dicho que debe ser, sin decir que hay un vacío. Pero, para mí, el amor es una vacante creciente, la cual se expande cada vez que me das otra razón para desear todo cuanto eres. 

Me puedo ver enamorándome de ti. Cada día crezco en afecto y, cada vez que lo hago, me enseñas que hay más del amor. Y, cual agujero negro ignorante de lo que es bueno para él, crezco y crezco hasta que soy ambos, todo y nada, y tú eres el centro de todo eso.

Fotografía por Abel Ibáñez G.